Charlie Watts

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Charlie Watts, batería de los Rolling Stones, deja un agujero insalvable en el mundo del rock and roll tras dejarnos a los ochenta años.

Posiblemente el día que Keith Richards dijo aquello de que los Stones dejarían de existir cuando al darse la vuelta en el escenario Charlie no estuviese tras los parches, ni siquiera el propio Keef pensaba que el elegante, discreto y sensato Charlie Watts partiría antes que él.

Pero la vida no es una ciencia exacta, y la vida dentro del rock and roll menos aún. Supongo que la vida siendo un Rolling Stone, ya tiene que ser un auténtico frenesí de episodios concatenados que se suceden cual flashes en interminable e histriónico carrusel.

Ayer, Charlie Watts se bajó de ese carrusel para incorporarse al Valhalla donde los dioses del rock inundan de sombras alargadas el purgatorio donde gira y gira ese tiovivo frenético y un tanto renqueante en estos tiempos de reguetones.

Cuando hace unas semanas se anunciaba la baja de Charlie en la gira inminente de sus majestades, sin especificar demasiado los motivos aunque se dejaba claro que la salud del batera de la banda era el detonante, creo que todos pensamos, aunque fuese de manera fugaz, en este fatal e irremediable desenlace. Es una putada, pero también los reyes terminan doblando la servilleta.

Charlie Watts
Charlie Watts

Y llega el impacto… Una noticia en radio o televisión que se incrusta en las fibras de tantos como un cuchillo lo hace en mantequilla. Una llamada, un post acompañado de una foto en cualquier red social… y el silencio: un silencio que nace dentro del cuerpo y se expande hacia afuera cubriéndolo todo, irradiando un sentimiento blando y viscoso que se pega a la carne como un bochorno, como si alguien cercano se hubiese ido sin decir adiós, sin un último brindis por los tiempos vividos. Y es que Charlie, como antes ocurrió con otros, descubres en el momento de la partida que era alguien cercano, aunque nunca cruzases con él, cual intrépidos espadachines, las copas.

Pero el sol vuelve sobre el horizonte, y nada parece haber cambiado, pero sí: el rock ya no puede ser el mismo que era ayer, es imposible cuando alguien como Charlie se va. 

No tenía pinta de ser un Stone, a veces parecía un holograma superpuesto en el fondo del escenario, alguien que observaba como aquellos chicos malos de Londres se convertían en reyes, más preocupado de desempeñar su labor con el ritmo, que de su papel en la corte; pero en la hora de las crisis todos recurrían a él, tabla salvadora siempre flotando en el arrebatado mar que espumeaba en derredor de los infantes tras el naufragio, y es que en medio de la tempestad, Charlie era el rey.

Quedamos nosotros, algo es algo: tocados, tristes y con el corazón lleno de telarañas agujereadas, pero en pie, intentando que el espíritu mantenga la lozanía y siga esquivando al filo de la guadaña del tiempo, que puede cortarlo todo… todo menos las alargadas sobras que vienen del valhalla. 

En el Exile, estos cinco freaks, hoy tristes y un poco huérfanos, seguimos dominados por el instinto, aferrados cada uno a su barra del carrusel, dejándonos llevar por la sensación de libertad que conlleva ser súbdito del rock, y damos gracias por ello.

Gracias por todo Charlie, buen viaje y hasta pronto. 


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