Crónica del concierto de Bonny Doon en Sala Laut de Barcelona el 17 de septiembre de 2024.
… un soberbio y agradecido control de los tempos y la parte emocional, para que la sencillez de la estructura de sus canciones brille candorosa y enorme…
Tal como resurgieron el verano del pasado 2023: De puntillas, sigilosos y sin alterar el libre y desmadrado funcionamiento del establishment mediático veraniego.
El cuarteto de Detroit llegó esta semana del mismo modo: Descalzos, con la mochila llena de canciones purificadoras, y lo que más claro tengo de todo. Para salvarme otra vez de las penurias laborables; sólo que esta vez para darme la extremaunción o bendición (según se mire) justo el día antes de empezar mi vuelta al trabajo. Majos, es poco.
Así que contra viento y marea me dispuse este martes a conmemorar mi final de vacaciones como se merece: Con música, vino, o con ambas cosas Y AL UNÍSONO, para hacer buena la compañía.
Lo que seguramente no pasaba por mi cabeza era que esa tarea, de antemano sencilla y cotidiana, se iba a convertir en una especie de odisea. Y que el incendio de un tráiler de gran tonelaje en el principal acceso a la parte litoral de Barcelona, se iba a proponer joderme -porque es así como se define el asunto- cuando un trayecto de 46 minutos se convierte en hora y media haciendo la puta la ramoneta. Y suerte que la banda barcelonesa Lost Tapes que primorosamente ejercían de teloneros, me cedieron amablemente una prórroga y (lástima).
Me perdí así, parte de un set acústico de dreampop de altos vuelos. Donde las coordenadas minimalistas que recogían Sarah Records, se mecían entre Slowdive y Fild Mice. Dando esa atmósfera idónea a un martes lluvioso en la ciudad condal y en una sala tan cuca como La Laut. De la que aprovecho de paso para celebrar su descubrimiento; con la de décadas que llevo pateando garitos, y que la descubra ahora que peino canas.
Pequeña (200 y pico personas de aforo). Medio agazapada a mil escasos metros de la icónica Apolo. Con una acústica envidiable para sus limitaciones. Y con un fondo de armario de mueble bar de 10. Que eso también se valora cuando se quiere huir del garrafeo y de las cuatro marcas que monopolizan las salas. Alguien tenía que decirlo, digo yo; valga redundancia.
Sobre la nueve y media aproximadamente, con más o menos de media entrada, y con ese tipo de escaso público que solo nos vemos en los saraos más undergrounds; y lo digo más como protesta que como orgullo presuntuoso. Como diría mi colega Juanjo: – Los suficientes.
Aparecieron Bill Lennox, Bobby Colombo y Jake Kmiecik sin el piano tan significativo que da luz propia a su tercer álbum; el de su regreso tras cinco años de parón por enfermedades y mierdas varias. Pero con la inestimable compañía de Colson Miller (Neu Blume) con su magnífica línea de bajo y unos coros realmente brillantes.
En contra de todo pronóstico para los nuevos adeptos al Country/pop romántico de su último álbum, en el que se incluye el que aquí firma. Por el regocijo a modo de ronroneo gatuno que sublimó en la sala al sonar los primeros acordes de “I Am Here (I am Alive)”; tercer corte de su anterior obra con seis años ya y de una belleza descomunal. Algo que verdaderamente me congratula. Al certificar, que pese a las tibias críticas que recibió Longwave/2018. Hay un más que respetable público que ya les seguía la pista años atrás.
Y aunque prosiguieran con su último single “Clock Keeps Ticking”, lo que íbamos a vivir la noche del gris martes, por suerte para los presentes, iba a ser un repaso por toda su trayectoria a modo de reivindicación y templanza.
Sí, una suerte, porque Bonny Doon no es solo esa típica banda de apetecible revival optimista californiano; que también, y de buen gusto. Si no que echando la vista atrás, y con la perspectiva renovadora que dan sus cinco años de parón.
La puesta en escena de discos más austeros y reflexivos como lo fue su menos mediático «Longwave», o su vigoroso debut de 2017. Dan como resultado, un soberbio y agradecido control de los tempos y la parte emocional, para que la sencillez de la estructura de sus canciones brille candorosa y enorme.
Así pues, apenas si se oyeron un par o tres canciones de su último disco; las que menos echaran en falta el omnipresente piano. Y se centrarían en darnos un hermoso paseo por su discografía menos conocida pero merecidamente valorable.
Entrando en las tiernas voces de Bill Lennox en lo que fue el estreno como banda “What time is it Portland”. Llevándonos a esa americana que embrujó a los Jesus & Mary Chain más acústicos o a la alargada sombra de la Velvet. Apareció súbitamente “Naturally” secundada por “Crooked Creek”, igual que lo haría hacia el final la melancólica “Roxanne” en clave más rockera, cruda y directa, con unos coros de ensueño. Poniendo de relieve como ganan esas canciones de su reciente disco, tocadas desde el prisma setentero de su primer disco.
Y para desconcierto de los presentes, hasta se permitieron la licencia de incluir dos canciones inéditas en un mano a mano de Bill y Bobby: “Losing my Cool” y “Getting High”.
Algo, que muestra las credenciales de una banda que le da una importancia vital a las armonías, y a la modulación de unos tempos hipernaturales. Pero tremendamente eficientes a la hora de manejar el clímax perfecto para que se crezcan ellas solas.
Bascularon entre la euforia festiva de “Summertime Friends” junto a “Roxanne”. Y en lo personal, a mí me demolieron el corazón con una “Saw a Light” que me puso de patitas en el slowcore de Bedhead, que allá por el otoño del 96 me volaban la cabeza con su Beheaded.
Y cierto es que Bobby y Bill no son los hermanos Kadane; ni falta que hace. Pero sí que es verdad que maman de la misma filosofía de hacer crecer lo sencillo, básico y primario con mucha poesía emocional.
Así que la agitación de la fibrosa “Lost My Way” fue como lo gaseoso que nos catapultó tras la calma. Para volverme a arreciar con “Long Wave”; otra de las que comen y beben del slowcore in crescendo y de mis favoritas de la noche.
Acabando con una “Lotta Things” con un plus de reprís de aquellos que te hacen coger aire, respirar fondo, volver la mirada para… Sí. Cerciórate que tú cara de placer expansivo y agustismo, no es fruto de un ataque furibundo de ñoñez cincuentona. Que no, que yo los/las vi, contentos contentas, niños y niñas, semiviejos y mediomozos…
Todos contentos, todas felices. Y como se debe y tiene. Echando una última copa en el Psycho, a golpe de garaje.