
Especial dedicado The Cure y a su sexto álbum ‘The Head on The Door’, publicado el 26 de agosto de 1985, con motivo de su 40 aniversario.
… se aglutinaron y se perfeccionaron todas la virtudes del exclusivo sonido y universo Cure, tanto la parcela más oscura como la más pop y comercial…
Puede parecer un bulo o una mentira piadosa del tiempo, pero no lo es. Hoy, 26 de agosto de 2025, cumple 40 años, se dice pronto, un álbum que atrapó a la juventud de su época y que, a partir de aquel verano de 1985, fue mucho más que un éxito internacional.
Y es que “The Head on The Door”, la que considero mayor obra maestra de The Cure, supuso el triunfo universal de la calidad musical para minorías selectas, el honor y la gloria global que se resistía fuera de Europa para las bandas pertenecientes al subgénero del after punk, la exitosa culminación que, por el desarrollo de las publicaciones inmediatamente anteriores de estudio—“The Top” (1984) o los singles incluidos en “Japanese Whispers” (1983)—, parecía ansiar Robert Smith, así como también una cima de aptitud e idiosincrasia que, al menos para el que suscribe y a pesar de posteriores éxitos comerciales mayores, ya no volvería a alcanzar por la atemporalidad y por lo bien que envejece el álbum que nos ocupa.

Por supuesto, estuvieron los “otros”, a los que no hizo tanta gracia. Por una parte, para los más puristas “siniestros” de la época fue la definitiva traición, aunque más de uno acabó dando la razón a Mr. Smith en años posteriores porque la fabulosa trilogía siniestra (“Seventeen Seconds”, “Faith”, “Pornography”) era un callejón sin salida, sin posibilidad de crecer mucho más en esa línea tan explotada. Y, por otra, algunos haters oficiales más «académicos» y «casticistas» que procedían del hard rock, folk, country o resto de raíces americanas que ningunearon, que no entendieron, que juzgaron o incluso vapulearon la vertiente del post punk británico sin prestarle casi atención o reconocimiento a su evolución.
En “The Head on The Door”, mal que le pudiera pesar a unos y otros, se aglutinaron y se perfeccionaron todas la virtudes del exclusivo sonido y universo Cure, tanto la parcela más oscura como la más pop y comercial. El título, ideal por la conceptualidad de la obra, aludía a un verso de “Close To Me”, uno de sus singles más bailados y exitosos tras el vídeo de Tim Pope y del que, en mayor o menor medida, se desconocían sus connotaciones oníricas, esos sueños que tanto inspiraron y marcaron a su compositor desde la niñez.
Los otros dos singles también fomentaron abundantemente la fama y popularidad internacional. Si “In Between Days” rozaba la perfección y ahondaba en ese mundo fugaz existencialista donde convive la niñez, la vejez y los sueños, “The Blood” revelaba el caracter explorador de su autor, en este caso de manera anecdótica tras degustar el vino portugués de “Las lágrimas de Cristo”, aproximándose al flamenco y dotando de misticismo los recuerdos de un viejo amor.
Precisamente su naturaleza indagadora y analista es la que, en “Kyoto Song”, le dio un ambiente oriental al enfoque de sus pesadillas. De ahí a los engaños y los sentimientos más profundos hay un paso, como en “Six Different Ways”, donde se engrandece el pop más accesible, elegante y de pedigrí, algo similar a lo que sucedió en “The Baby Screams” con esa señal placentera que, ocasionalmente, puede envolver a los sueños.
Mención aparte porque me sigue pareciendo un rara avis que está en tierra de nadie, como si uniera el polo más oscuro con el más luminoso, es “Push”. Ya después, en la recta final, se intensifica la imagen de eclecticismo, desde la utilización del saxo en la resplandeciente “A Night Like This” al sorprendente resultado de “Screw”, una pieza tan sórdida y efervescente que parece discordante y paradójica.

Como no podía ser de otro modo, una obra del calibre de “The Head on The Door” tenía que tener un colofón grandioso y memorable. “Sinking” no solamente creo es la mejor canción del disco sino que la considero una joya camuflada que, gracias a sus atmósferas e innovadores arreglos, es la que mejor representa la belleza más cautivadora de la vertiente oscura.
Además, la prueba irrefutable del momento creativo, de madurez, ingenio y talento que Robert Smith tenía en 1985 está en las caras B de los singles que se quedaron fuera. Ya pagarían muchos por tener en su legado discográfico maravillas como la alucinógena “A Man Inside My Mouth”, la orquestal “A Few Hours After This” o, por encima de todas, “The Exploding Boy”, urgente e hiperactiva melodía en la que se divisaba un horizonte muy lejano, acaso porque su creador sabía que estaba entrando en el templo de los dioses eternos del rock.
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