Luis Eduardo Aute

Especiales

Luis Eduardo Aute deja una estela de talento y belleza en múltiples facetas artísticas.

y volvía sobre mis pasos y empezaba a componer otro sueño quimérico pero hermoso y exótico, y me perdía en el dolor que queda cuando te quedas sin su latido, cuando una vez más siento que te estoy perdiendo.

Miro el instante que ha fijado la fotografía, no es una fotografía palpable, no está en ningún álbum rodeada de otras instantáneas de bautizos, bodas, cumpleaños, navidades o vacaciones familiares.

Tampoco es una foto virtual, de esas que lanzamos a granel, con la alegría de lo gratis, una de esas redundantes fotografías que viajan por las RRSS y dormitan en las tripas de los ordenadores y los teléfonos. Es una foto de las que habitan en el umbral del olvido, resistiéndose a atravesar la puerta que da acceso al habitáculo más cruel que encierra nuestra constitución humana. Una imagen que mantiene el color y el brillo intactos, que no necesita filtros porqué es un filtro en sí misma. En ella estoy yo, y también está Marimar, eran los tiempos en que la sangre corría por las arterías como impulsada por el odio de los despechados, tiempos de impúdica juventud en los que sentíamos que decir espera es un crimen, decir mañana es igual que matar. Teníamos todo el tiempo del mundo por delante, en cambio la premura se hacía irresistible y la prisa mandaba sobre los sexos y los sentimientos, sobre las ganas y las rendiciones.  

Era la primera vez que iba a ver a Luis Eduardo Aute, entonces protagonizaba sin saberlo una ceremonia, la de la pedantería juvenil de quien cree que las frases brillantes habrán de forjar su temperamento a golpe de corchea y lágrima dorada. Cada canción de Aute significaba un nuevo descubrimiento personal, un nuevo camino hacia un sentimiento aún no advertido, hacia una nueva realidad secreta en el cuerpo de Marimar que una vez compartida conseguía que me mirase como seguramente nunca más me han vuelto a mirar, una solución al fracaso que estaba por llegar, al vacío que siempre va un paso por delante, haciendo trastabillar nuestros pies, perder el equilibrio y caer, como aquella rosa roja que se calló, sobre el asfalto, y después llovió.  

Luis Eduardo Aute
Luis Eduardo Aute

Durante días repetí el concierto en mi cabeza, cada noche mientras esperaba que el sueño me visitase e imploraba a la vida que fuese conmigo generosa, y que me llevase por la vereda del amor y el placer. Soñaba con que la belleza creciese en el pubis de Marimar e inundase nuestros espíritus, haciendo de nuestras almas, prisioneras de la verdad, que siempre fue amante de la hermosura y la juventud eterna. Y sentía como una certeza inamovible que abrazados iríamos bailando por la vida, escuchando una vez tras otra las canciones de Aute, embaucados en su sensualidad, en su fracaso romántico y kamikaze, en su existencialismo tragicómico, en su derrota bruñida en palabras dolientes y al tiempo consoladoras, en su mundo de arte y ensayo, de vivir al límite del estropicio, como si la vida fuese plena únicamente obteniendo dos o tres segundos de ternura.

Pero el tiempo no se apiada de las deserciones a la razón que hacen de la juventud la más disparatada e indefinible de todas las locuras que tenemos la suerte de vivir. Y un día enfría la cama que hasta hacía poco era un infierno que abrasaba las mentes que rugían al unísono; y ponía ante nuestras botas una bifurcación que terminaba por romper la fotografía que nos mantenía bailando por la vida. Y entonces Aute siguió cantando sus derrotas, sus amores arrebatados y sus alevosías; y yo seguía escuchándole, sintiendo que la juventud no dejaba de latir en mi interior. Y volvía sobre mis pasos y empezaba a componer otro sueño quimérico pero hermoso y exótico, y me perdía en el dolor que queda cuando te quedas sin su latido, cuando una vez más siento que te estoy perdiendo.

Y nos hemos hecho mayores, y desconocidos a pesar de los encuentros esporádicos y febriles, de las noches bastardas de nuestras realidades, siempre cobardes porque terminamos aludiendo a los reproches cíclicos que tanto duelen por ser ciertos, y porqué fueron mezquinos sus precedentes y traidores, tan pueriles que nunca aparecerían en canción alguna de Luis Eduardo.

Pero sigue, suspendida en el aire, aquella fotografía, tú y yo, antes de entrar al concierto, fumando y bebiendo, y soñando, excitados y encendidos, como si estuviese empezando el principio de nuestra poesía, como si nos hubiésemos convertido en la estrofa de una canción de Aute.  

Por eso te he vuelto a llamar, porque Aute ya no está, y necesitaba escuchar tu voz, y me calmó comprobar que tú también llorabas, como yo.  

El concierto ha terminado, pero las noches están para repetirlo esperando que el sueño venga y nos saque de nuestra vida de eternos fugitivos, aunque sea por unas horas.

Pero, a pesar de todo «Queda la música».    

Sirva este texto formado de recuerdos para homenajear a Luis Eduardo Aute, quien con sus canciones forjó parte de mi temperamento y me enseñó a rendir pleitesia a la poesía, la belleza y el amor.


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Artículos que te pueden interesar