El Drogas Bilbao

Conciertos

El Drogas mantiene con gallardía y elegancia el legado, mensaje y espíritu del mejor rock urbano, callejero y protestón.

Se reunía en la Sala Santana 27 del barrio bilbaíno de Bolueta gran parte de la aristocracia rockera del botxo para rendir pleitesía – una vez más –  a Enrique Villareal, desde hace cuatro décadas saludado como El Drogas.

Con la excusa de los cuarenta años transcurridos desde la publicación de aquél seminal e iniciático álbum con el que los Barricada debutaban en 1983 titulado, cual nota de presentación «Noche de Rock and Roll», El Drogas se aúpa a los escenarios de todo el país para dejar constancia de lo que fue, es y será el impresionante legado que ha dejado tras de sí, y desde luego con textura de eternidad, su banda de toda la vida. Trataremos de contarlo en esta crónica.

Y es que desde el primer acorde de «Noches de Rock and Roll» a los del barrio de La Chantrea les acompañó una poderosa premonición (y promesa) de lo que finalmente sería una legendaria trayectoria dentro del rock patrio, y Enrique estuvo desde el primer momento allí, creando, contando y cantando.

El Drogas en Bilbao
El Drogas en Bilbao

El Drogas ha mutado con el paso de los años, por fuera y posiblemente por dentro. Esto no quiere decir que se haya transformado, por fortuna y como queda de manifiesto después de cada concierto suyo, Enrique sigue siendo capaz de transmitir la esencia de su mensaje, su sonido y su reputación, con la dignidad de los honestos y la grandeza de los que derrochan fe en lo que hacen.

Hoy ha adquirido el estatus de mesías, representante ante dios y ante el diablo de una forma de hacer rock and roll que parece que está en su ocaso, ¿pero qué quieren que les diga?, ya llevan muchos años matando al rock y les aseguro que mientras pisen tierra tipos como El Drogas y todos los que ayer asistimos a su última ceremonia, las guitarras seguirán rugiendo cada noche.

Hablando de guitarras, aunque se hace acompañar de una sola, lo cierto es que Txus se multiplica y da carta de naturaleza a la acción eléctrica y distorsionada que necesitan las canciones de Barricada con solvencia y poderío, rellenan los silencios inexistentes la base rítmica sólida y determinante que provoca, como si del latido del infierno se tratase, Flako al bajo y el feroz azote del batera de Koma, Brigi.

La banda concatena multitud de conciertos, lo que hace que todo esté en su sitio, cada acorde, cada inflexión, riff, punteo o estribillo. El resto lo pone Enrique. Porque alguien que ha esculpido recuerdos e instantes letales en la memoria de tantos y tantas durante más de cuatro décadas tiene el don de determinar la verdad de las cosas, siempre desde un punto de vista que otorga personalidad y coherencia a una propuesta que desde cualquier ángulo digno de análisis se muestra igualmente honesta y funcional que en 1982, cuando todo empezó.

La banda de El Drogas
La banda de El Drogas

Esas sensaciones traspasaban las epidermis de los que el pasado sábado vivimos y sudamos el directo del Drogas, con esa nota de nostalgia que por mucho que algunos ataquen, no es mala y no duden de que forma parte del modus vivendi de los que amamos el rock and roll.

Nostalgia decía, claro. Nostalgia de bandas como Barricada, de canciones como las que ayer sonaron. Mas que canciones, a estas alturas del partido, himnos. No faltó ninguno y todos se sintieron lozanos, potentes y actuales. Los textos tienen la misma violencia intelectual que cuando fueron escritos, musicalmente tienen el tinte incoloro que se mimetiza ante los tonos que adquiere la música según avanzan las décadas, así que como un camaleón, la música de Barricada se recompone y siempre suena a hoy.

Canciones que salían disparadas, como un rutilante y frenético desfile de maldiciones, nihilismos, desafíos u oraciones; con sus notas de ácida ironía, sátira, provocación, transgresión, como credos de un tiempo que se recicla continuamente y ante lo que solo queda ladrar, protestar, exigir, seguramente perder, pero nunca rendir la empresa, nunca entregar las llaves.

Los allí congregados, esa aristocracia a la que hacía referencia más arriba, gritamos y bramamos todos los himnos que se puedan imaginar: «En la silla eléctrica», «Barrio conflictivo», «Mañana será igual», «Contra la pared», «No sé qué hacer contigo», «A toda velocidad», «Ninguna bandera», «Deja que esto no acabe nunca», «No sé por qué», «Problemas», «Víctima», «Rojo», «Por salir corriendo», «Sean bienvenidos», «Objetivo a rendir», «Tentando a la suerte», «Campo amargo», «Cuidado con el perro», «Okupación», «Tan fácil», «La hora del carnaval», «Todos mirando», «Oveja negra», «Esta es una noche de rock and roll» (no puedo evitar acordarme de Boni aquí), «Animal caliente» (siempre ha sido y será mi favorita), «No hay tregua», «Esta noche» y «En blanco y negro». Una pregunta: ¿Cuántas bandas pueden igualar ésto?.

Después de la catarsis del sábado a la noche, podemos decir que sabemos lo que es la felicidad porque ¿saben qué?: El rock and roll sigue vivo y colea, salta, grita y se sulfura; arde y quema, se repone ante las nuevas ‘músicas sin músicos’ y vence, vencemos. Aunque sean victorias morales… pero esas son las buenas, ¿o no?.

Las fotografías que decoran el texto pertenecen a Borja Agüero.

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