Conciertos

Recuerdo el día que mi hermano me habló del disco «1972». Josh Rouse, un cantautor de Nebraska, había editado un precioso disco de esos que se convierten fácilmente en el favorito de aquel año, creo que era el 2003. El disco es una maravilla no os diré más. Tanto me gustó que conseguí algún que otro trabajo anterior que me pareció notabilísimo pero que no estaba al mismo nivel. Lo que vendría inmediatamente después, sí lo estaba, aquel «Nashville» puede incluso que sea mejor pero carece de esa magia, de esa atmósfera, de ese factor sorpresa que sí tenía «1972». Así pues un día de frío en Barcelona, de esos que se recuerdan porque incluso llegó a nevar, Rouse nos visitó para presentar su magnífica obra, y ahí estaba yo junto a mi hermano y tal vez 50 personas más, no muchas más. Allí, en la intimidad de la pequeña sala se marcó «1972» casi enterito. Fue uno de esos pequeños conciertos mágicos. Luego, como dije, vino el espléndido «Nashville» y el correcto «Subtítulo», su noviazgo con una Valenciana y su residencia fija en el mediterráneo que le llevó incomprensiblemente a una baja calidad en sus nuevos trabajos.

La verdad es que aunque sus trabajos eran cada vez peores yo seguía escuchándolos esperando que volviese por sus fueros, pero no, cada vez eran más flojos y las siguientes veces que pude verle en directo me pareció aburridísimo, aquel concierto en el Auditori fue de lo más soso que he visto jamás. A estas, el año pasado, llegó «The Happiness Waltz» que si bien no llega a niveles del citado «1972» o «Nashville» sí que contenía media docena de canciones que se acercaban mucho a aquello y en general el disco nos hacía retomar la esperanza. Tal vez Rouse no era un caso perdido. El disco me gustó lo bastante como para darle otra oportunidad y comprar una entrada para volver a verle en directo. La sala Heliogàbal de Barcelona, una sala pequeñísima en el barrio de Gràcia, parecía el lugar idóneo para que Josh nos deleitase con sus nuevas y bonicas canciones. Pero el día previsto se retrasó por gripe y quedó fijado para el viernes pasado. Misma sala, mismo deseo de que Rouse nos hiciese disfrutar.

Ambiente raro y desangelado. El telonero, Barbacoa, no ayudó en exceso ni tampoco algún que otro terrícola que teniendo entrada, de un sitio donde no caben ni 100 personas y las entradas son nominales, se dedica a hablar sin parar, sin prestar atención al músico ni a sus canciones, molestando a todos los presentes en la sala, bueno, pero ese es otro tema. Aparece Rouse con mala cara, viejuno y algo pasado de kilos, bueno, eso como todos pues los años no pasan en balde ni para un extraterrestre tan sumamente atractivo como yo. Nos pide perdón pues vuelve a estar resfriado, así que cantar no podrá cantar mucho…, mal asunto, si algo tiene bonito este hombre es la voz y sus melodías de salón de estar. Eso me jode, pues ya comenzamos con muy  mal pie. Todo se confirma cuando entona las primeras canciones. No llega a las notas y está despistado. Sin ganas, sosaínas total. Además es un verdadero desastre. No enlaza las canciones. No tiene preparado una mínima estructura y va algo a salto de mata. Caen algunas joyas como «Comeback», «Quiet Town», «Love Vibration», «It’s the Nightime», «Julie», «A lot like magic» y, «Flight Attendant» y «Sad Eyes» a petición del público. Para las últimas canciones invitó a Raúl Fernández aka Refree, que estaba entre el público, a tocar varias canciones junto a él y entonces, como por arte de magia, todo  subió de nivel, excepto su voz, que no daba para más.

De nuevo otro concierto de Josh Rouse que me deja una sensación de vacío muy grande. Podría hacer grandes pequeños conciertos pero no sé porqué se pierde en el intento, o lo que es peor, creo que no lo intenta, que pasa de todo, que le da igual. En 2003 tocaba su gran disco en una sala pequeña de Barcelona, más de una década después con grandes discos a sus espaldas, un Goya, y algún que otro fiasco memorable sigue en un sala pequeña dando la sensación de que sí pero no, de que hace discos bonitos pero que es un soso, que le pone mucho azúcar al disco y luego en directo no llega ni al punto de caramelo. Es un placer escucharle. Siempre, y aún mejor con su voz en plenas condiciones pero su actitud no me gusta, hay que disfrutar en el escenario y que el público se contagie, la otra noche parecía que molestábamos. Una pena.

*publicado originalmente en Nikochan Island por Nikochan


5 comentarios

  1. Ya sabes, me pasó parecido con Micah P Hinson, menudo chafón. Eso de ir en busca de una verdad o una epifanía que te haga vibrar y encontrarse con un espectáculo rutinario no es justo, quien no tenga ganas de subirse a un escenario que no lo haga, o al menos que avise antes. Lo siento.

  2. Mucha razón, y a aquellos que quieran hacerse selfies y hablar o casi gritar mientras un artista intenta tocar algo bonico del to mejor que se queden en casa….

  3. Nada, que es mejor artista en disco que en directo, por lo general y es de los que da la mano en blando. Una cosa no quita para que me guste y mucho su obra en general y su dulce y simoniana voz pero joder da una de cal y otra de arena. Muy muy sosainas en directo.Igualico que Ron Sexsmith eh my King???? igualico?

  4. Esos bolos terminan teniendo consecuencias mas allá de la finalizacion del bolo, al menos en mi caso a veces a ocurrido así…lo de la peña que se pasa el concierto de chachara es un tema increible yo recuerdo uno de Quique Gonzalez que termino mudandome a otro sitio de la sala. Si hay proxima seguro que mejora tio.

  5. Pues lo que tu dices, una pena. Me ha hecho gracia lo de que a partir de "mediterranizarse" bajó el nivel. Le decía a JJ sobre Antonio Vega, que a veces el sentirse torturado internamente hace que un artista sea como es, y supongo que cuando uno es mas feliz su obra se resiente. Es un contrasentido, pero yo al menos creo que es así.

    Saludos

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