Críticas Discos

Al siguiente año del lanzamiento del álbum que hoy nos ocupa Stanley Kubrick estrenaría su famosa «odisea». Todos conocemos la ya legendaria secuencia en que unas formas simiescas adoran al monolito, parábola de la existencia divina que, a su vez, desata la epifanía presta a estallar en un antes y después del mundo como hasta entonces era conocido… Esto és: hasta entonces los primates, protohombres, de los cojones vivían a oscuras y entonces, desde la aparición del famoso pedrusco se desencadena el ansia de conocimiento que les/nos llevará al raciocinio activo, a la posterior ilustración y, tirando de la cadena a lo burro, hasta la exploración de mundos nuevos en pos de respuestas existenciales y tal… Pero, nadie se equivoque, aquí lo importante es el monolito. Lo és como símbolo para aquellos seres primigenios (vaya) y, llegado este momento es cuando les pregunto algo tan fácil o prosaico como: ¿cual és, ha sido y será siempre -o más que  recurrentemente al menos- la comida favorita para un mono?… Pues leña al ídem, sí.
Tratar de ahondar en algo de este nivel, una obra artística como es el «Banana Album»  de la Velvet cuya mitología ha sido más concurrida que un putiferio con barra libre el día del espectador y (por si poco fuera) tratar de hacerlo aportando algún punto de vista ya no novedoso sino siquiera diferente, és algo que se pasa por tanto de la estación de lo manido que llega, sin disimule a valer, al brillante y esplendoroso País de las Perogrulladas y las Obviedades de a Granel… Eso está bien en cierta medida no diré que no, por lo que libera, pero (por contra) también putea un algo, por lo que frustra. Y es que a día presente, tras tanto leído, visto y escuchado a colación,  qué nos queda por «pelar»… Pero, al tanto, lo qué sí queda es explicar al menos el efecto motivador de este texto. Y es que, en resumen: no. No podía dejar pasar otra semana sin la presencia del tótem de marras en Exile. Y me consta que esto va a ser como sortear el peor arrecife, en la peor de las tormentas y montado en un barril vacio con una ristra de morcillas a modo remo pero… Qué cojones, y pardiez, allá vamos de todas formas…
La retahíla de sucesos que envuelven la gestación del disco, así como la formación de la banda y ya de entrada, supongo nos debería llevar a ese primer lustro sesentero donde un joven malcarado con traumas paternos y un imberbe inmigrante galés, que compartía sus mismas ínfulas artísticas, tocaban versiones esbozadas, neonatas, de «Heroin» o «Sweet Jane» en plena urbe neoyorquina. Desde ahí el encuentro con el resto de integrantes del cuarteto, el encontronazo con Warhol y su Factory, el que se la comieran doblada con el lanzamiento del disco el cual, a su vez, las pasó marranas para encontrar discográfica hasta que Verve, subsidiaria jazzística para la MGM, se involucró en el tema… Y también está el misterio, sempiterno e indescifrable si de señalar a un único y responsable ente se trata,  a la hora de saber: «¿quién es realmente el productor del Banana Album?»… Quizá fue Cale como no falta quien asegura, quizá alguno de «los técnicos» soterrado -y hasta desacreditado- bajo la enorme sombra del ícono final del pop-art… A colación del cual, por cierto, se cierne una de las pocas certezas donde, oh surprise, hasta Reed y Cale coinciden de pleno: tras entrevistas y citas por doquier parece claro que Warhol puso la pasta, el nombre -amén de diseñar la portada e «imponer a la teutona»- y poco más… que poco no sería, seamos justos, claro. Pero a efectos de «lo creativo» por lo visto el tipo poco menos se limitaba a sentarse en una silla al lado y aplaudir como niño recién destetado ante una obra de puchinelis (y eso sí estaba presente) mientras «otros» se encargaban de registrar, mezclar y asesorar… Siempre en la medida posible esto último, fácil és de imaginar, habida cuenta lo iracundo del autor principal (prácticamente en exclusiva, en verdad) de todos los temas del disco. Sí, Reed había llegado y ya de salida te planta su fascinación beat, su tono pseudonovelesco con putas y yonquis de por medio, su atracción por las historias de perdedores, su afán por enseñarnos por una mirilla otras formas de vida que, lejos de arribar del expacio exterior, se cruzaban contigo por la calle (o lo harían de no haber cruzado tu antes muy posiblemente, al seguro de la otra acera, habida cuenta el personal a tratar)… No me explayo más, no se asuste nadie, lo dejo en que Reed es junto a Cooke el músico firmando solateras que más aprecio, y devoro desde el año el anacardo, de aquellos que nos han llegado desde «el otro lado del charco» y avezados al mundillo este del rocanrol y derivados. Y a qué más.
¿Nos metemos ahora en el jardín de las influencias que de aquí derivan?… Mejor ni intentarlo, desde luego. Estamos ante un disco proto-punk, que también es art-rock, que también tiene momentos blues rock clasicoide a lo stones, que también ofrece vodevilismo popero, que también flirtea con virajes psicodélicos, que también… Largo, muy largo etc.  Tal es su eterno poder da fagocitación por el que engulle un sindios de cosas entonces conocidas, y alguna que otra inventada,  para extrapolarlas en algo único, distinto. Ese «algo» que les define como músicos y artistas en definitiva. Desde aquí un disco de guitarras con cierto poso experimental (el auténtico primer disco «noise rock» de la historia, dos décadas antes del «Evol» de los Sonic Youth -fanáticos irredentos de la Velvet, ni qué decir, que cuajaban ahí del todo su sonido-), otro «de canciones» -sin olvidar siempre de quien venimos tratando- para dejar claro que tras tanta fascinación de poses y apariencias habían ahí, no se dude jamás, compositores titánicos más que meramente gigantes y finalmente, a la postre (en las cuentas que realmente puntuan y todos reconocemos por lo tocante a su obra de estudio), un «Loaded» que es de puta madre y, en verdad, mi predilecto de la formación en las últimas ya que siempre, particularmente y de forma errónea o no, lo he intuido como una especie de puesta de largo de todo lo que precede… Pero, claro -retrocedamos-, el plátano es el primero. El más icónico a todos los niveles (que no necesariamente el mejor para todo cristo -que los cuatro son de quinientos veintisiete sobre diez en definitiva, esto es así-). Con sus relatos de putas, chulas, yonkos y desviaciones sexuales cogieron la apuesta más subida de tono que pudieron encontrar y la elevaron a la enésima (que «problemas de censura» habemus también, faltaría). Haciéndolo, además y que al final es lo más importante, con una música que emerge tan sucia y enfermiza en la superficie como se mantiene magnética y preciosa en el fondo. Y de ahí su indiscutible, inevitable y lógica victoria intertemporal, para resumir.
Los datos, los más conocidos al menos, de como fuera grabado el disco son ya un cliché en si mismo: sesiones absurdamente breves, habida cuenta el reconocimiento posterior -aunque fuera cruelmente posterior- y su onda expansiva en el medio, durante la primavera del 66 y una última pista (que, por contra, sería la que abriría el disco) añadida en diciembre del mismo año. Año que, por cierto, vería publicados los dos singles de adelanto del disco -«All tomorrow’s parties» y «Sunday morning»- que, por asuntos ya antes mencionados y fácilmente ampliables allende de las webs y demás, no aparecería en las tiendas hasta marzo del 67 (casi un año después de que se registrara el grueso del álbum). Y, ahora ya sí, más allá de si las canciones de Lou, los sonidos de Cale, el peso real de las atribuciones de Mossison y Tucker, el mecenazgo del otro o, directamente, lo que de la puta gana de considerar a la hora de repartir méritos y deméritos, quedan ya las canciones. Que mitos y leyendas aparcados de una maldita vez es y será por siempre lo mejor de todo. Como debe y procede.
«Sunday morning» es la primera andanada. Oda universal a la resaca dominical no exenta de paranoia que «the world’s behind you», quieras que no. Atribuida a la dupla Cale-Reed y cantada por este último en un famoso y, según como, extraño falseto (acompañado por Nico en segundas voces), pudiera parecer una descolocante e inesperada forma de apertura… Pero para nada, faltaría. Más allá de nocturnas melopeas sobrevividas, encontramos en su letra y tono buena parte de los motivos que rigen en todo el trabajo. Es una calma resignada y tensa a la vez, del que sabe por lo que ha pasado hace bien poco lo mismo que lo que le espera al cruzar la esquina, sino antes. Para dar poso cuanto antes a esa idea, y sensación, tenemos ya de seguidilla una «I’m waiting for the man«, con sus veintiséis pavos en la hand, que se nos planta en los morros cual cinematográfico flashback relatado por el protagonista de la anterior pieza… Legendaria es hacer corto, si. La primera «rápida» del disco es, simple y llanamente, la narración de como un tipo (sea Lou o no) se patea la ciudad en pos de las drojas que ansia y necesita. Así de crudo. Y no faltará quien saque a relucir el término «dickensiano» (que siempre queda muy guay) con las andanzas de esta rata de urbe pero, personalmente (que esto le ocurre a mucha gente), esa manera de describir de Reed, así a lo burro y sin maquillar/disfrazar con metáforas y demás lindeces, es lo que más atrae y recuerdo siempre al pensar en la canción (y más allá de lo tremendo de lo musical, obvio). Se refirió varias veces a su persona Reed como «escritor/novelista frustrado» y, por mucho alguien se quiera perder en influencias de Ginsberg, Salinger o la madre que les trajo, lo cierto es que ya en los primeros pasos dejaba el neoyorquino clara su facilidad para generar imágenes através de sus letras.  Y no sabremos nunca, me temo, cuanto le jodió en realidad al inolvidable hacedor de cápsulas de realidad urbanita el ceder una barbaridad como «Femme fatale» a la protegida del mentor como voceras principal pero, qué duda cabe, queda cristalino que tras la autoría de esta historia sobre la modelo fetiche de Warhol, Edie Sedgwick, se encuentra el mismo autor que años después nos regalaría la aún más infinita «Perfect day»… Comparen melodías, comparen. Sea como fuere, ni qué decir, la sedosa voz de Nico, cuyo currículo como cantante hasta entonces era mínimo es poco, queda indeleblemente fundido a la canción. Canción, ya puestos, versioneada por todo dios y que, obviamente, jamás ha visto zozobrar su insuperabilidad en esta, su mejor y original versión putámica. A continuación llegan los indios con la viola incompasiva de Cale para una «Venus in furs» que habla  de forma explícita, nuevamente, y sin cortapisas a valer de algo hasta entonces tan inhóspito como el sadomasoquismo («besa la bota de cuero brillante», «la niña del látigo en la oscuridad», etc.)… De hecho, bien mirado, me podría haber ahorrado los ejemplos explicativos entre paréntesis. En verdad toda la pieza, subrayada por esa arrastrada cadencia mezcla de hastío y sadismo, es un enorme monumento a ello. La sigue la muy stoniana «Run, run, run«… Aunque stoniana solo en formas musicales, ojo. Aquí Reed, además de reinyectar dinamismo al disco, utiliza por vez primera esa estructura de ir citando personajes estrafalarios y -sobretodo- perdidos por estrofas explicando lo suyo (puro «lado salvaje», si). Y, desde luego, por mucha modernidad y mucha gaita se pretenda hacer mediar lo que aquí hallamos es un blueseo de manual por mucho se espolvoree y retuerza la lisérgica guitarra intermedia. Si no fuera algo tan conocido y manido ocuparía sin duda a valer un sitio importante en la cubeta de lo «infravalorado», y ahí lo dejamos. Y para rematar la 1st side, cómo no, que nos queda «All tomorrow’s parties«.  La favorita de Andy y el primer sencillo a extraer del banano.  La segunda track cantada por Nico del disco no es sino un tratar de retratar el ambiente y motivaciones de la parroquia de la Factory. Su afán por destacar, su agonia en el fracaso… Con su aire de nana espectral, registro de la cantante y constante mantra musical mediantes, despide el primer acto en cierto halo de misterio por el que uno, definitivamente, ya no tiene repajolera de lo que conviene esperar al darle la vuelta al asunto…  Aunque, obviamente, sirva ello solo para señalar, hacer hincapié de alguna manera en la variedad de palos y talentos desbordados aquí repartidos. Que todos sabemos muy bien lo que aguarda, estaríamos buenos… Vaya, si lo sabemos.
Los siete minutos de «Heroin» es algo tan descomunal que agota lisonjas y parabienes habidos y por haber. Tal cual. Percibes, notas en verdad el salto de gigante que da la Historia del Rock con el acelerar de Lou. Años después tendrá un segundo advenimiento merced a la también sacrosanta lectura sita en el «R’n’R Animal» pero ya aquí, en su primera forma registrada, te eriza hasta el vello del alma… «Le doy gracias a Dios por no enterarme de nada/ y le doy gracias a Dios porque no me importe nada»… Sangrante significante a extraer de un pasajero orgullo junkie que desarma y desarmará siempre (volvemos al juego de fondos y superfícies que antes se explicaba). Tras la Catedral le toca dar la cara a una «There she goes again» que habla de una muchacha que mejor harías en golpearla… Así de burro. También acelerada y con estribillo coreado, encierra otra viñeta urbana donde no queda claro si se aconseja a un colega que olvide al objeto de sus deseos o si, directamente, estamos ante el recelo y la amargura del abandonado en primera persona (tanto resquemor proyecta esa letra, si).  La sigue la última aportación de Nico con «I’ll be your mirror«. Preciosa y hermosa canción sin retranca que medie de la que muchas veces se ha explicado (lo de «se dice, se comenta») que no es sino ardid del puñetero Lou para llevarse a la teutona al catre… No sé (tampoco me interesa) si el puñetero se salió con la suya finalmente pero, desde luego, que bonita canción que le salió al cabronazo… Y si será enorme este trabajo que logra que la muy desafinada viola de Cale en «The black angel’s death song» haga esbozar una sonrisa a un sindios de amantes del rocanrol desde el año el anacardo. Que no hay trampa ni cartón que valga por otro lado. No es sino un poema musicado («No es un país fantasma ensangrentado/ Completamente cubierto por el sueño/ Cuando el ángel negro lloró/ No es una calle de la ciudad vieja, en el este… Vino a elegir»)  al que conviene adentrarse con precaución… La pieza menos obvia e inmediata del lote pero que sirve/servirá de epifania para un ingente importante, con la grandiosa Patti en cabeza, y que enseñaba al mundo entero que el rock, o la música contemporánea, también era un envoltorio perfectamente válido para las formas métricas más puras. Y tras topar nuevamente con la demostración de turno a la hora de exhibir palos que se pueden tocar y se tocan, solo queda tiempo ya para la despedida de una «European son» (único tema atribuido a la banda al completo)  que hace de alfombra -voladora, sí- para algunas de las formas y maneras que nos aguardan en el siguiente e inmediato WLWH. Prácticamente instrumental, con su marcado tono arty y una falta de compasión abrumadora en su ruidista proceder, termina por dar carpetazo a un disco que es un millón de cosas a la vez y, sobretodo en verdad, lo más alejado a lo «ordinario» que quienesquiera pueda imaginar desde el -rocanrolístico- medio elegido. De hecho, a modo despedida, solo queda ya afirmar, con toda la pompa y rimbombancia (porque, básicamente, no queda otra), que la Historia del Rock sin el imprescindible y monolítico «The Velvet Underground and Nico» no se puede entender por mucho se nos pretenda hacer pensar lo contrario. Una de las esquinas del puzzle, está claro. Sin duda y a qué más.
The Velvet Underground – The Velvet Underground & Nico : 10/10
01. Sunday morning / 02. I’m waiting for the man/ 03. Femme fatale/ 04. Venus in furs/ 05. Run run run/ 06. All tomorrow’s parties/ 07. Heroin/ 08. There she goes again/ 09. I’ll be your mirror/ 10. The black angel’s death song/ 11. European son.

Por Guzz (en «celebration mode», para la ocasión y al ser ya la entrada 400 del espacio)

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9 comentarios

  1. Poca veces un diez ha estado tan justificado en este Exile, Guzz. Ya dije todo lo que tenía que decir acerca del plátano en Ragged Glory, así que aplaudo tu texto y vuelven los sonidos de la Velvet a mi cabeza.

    Un abrazo.

    1. De hecho pongo el enlace para que el personal disfrute del mismo Gonzalo pues aquello fue de antología: http://raggedglory.blogspot.com.es/2014/10/the-velvet-underground-nico.html#comment-form … Y, desde luego, si no está todo dicho ya sobre esta maravilla poco le falta… Alcanzar tanta popularidad desde una premisa de origen, a priori y por los temas que se atrevió a tratar, tan impopular nos deja evidente la enormidad de esta obra de arte.
      Abrazo, Gonzalo.

  2. Tremendo post para tremebundo disco, esencial y obligatorio…. eso sí, le ha quedado algo escueto el texto, demasiado abreviado… hay temas que podrían haberse estirado algo más….. ja ja…. Estamos todos con usted, aunque no es un 10 es un 12. LOU te echamos de menos!!!

    1. Menos coñas o pongo la versión íntegra, jajaja… Que conste, eso sí, que es largo aposta. No seré yo quien trate de sintetizar una barbaridad como esta. Todas las lisonjas son pocas (la mayoría de bandas que más he escuchado y me agradan de siempre son hijos, legítimos o no, de esto) y, en verdad, veo ese 12 y le subo a mil trescientos, bandido.
      Abrazo aterciopelao.

  3. La historia del rock. Qué digo? La historia de la vida, de la humanidad, incluso aquellos primates que puede que retocen entre los ángeles, le agradecen a Vd., Don Guzz, este inmenso tomo velvético que sin lugar a dudas presidirá a la diestra del monolito velvético en forma de plátano. Vd. ha superado la difícil prueba de ahondar en una obra cuya mitología ha sido más concurrida que un putiferio con barra libre el día del espectador, jajajaja. Grandeza absoluta.

    1. Jajaja… Sí Cosmic Master, al menos tengo seguro el orgullo, absurdo pero orgullo al fin, de ser el único mamífero que ha encabido términos como "putiferio con barra libre" o "ristra de morcillas a modo remo" en un texto referido a esta eternalidad a la que tanto debemos. Y es que esto es así: hay discos inmensos en la historia que son un abrir ventanas y portones en pos del aire renovado pero, joder caray, este cabrón platanero dejó caer un champiñón atómico sobre la casa para volverla a construir de nuevo (directamente). Y abrazo guzzero, Johnny.

  4. Protohombres de los cojones… me encanta esa parte… pues si hermano, un disco fundamental, básico, referente y mil adjetivos más que le queramos poner, pero ante todo para mi básica la participación de Nico, que si bien al principio se la incluyó sólo por imagen, para mi aportó mucho más, a parte de cantar bastante bien, y es por esto que probablemente sea el disco más diferente de la carrera del grupo.
    Lógicamente el 10 es indiscutible.

    Abrazos truferos.

    1. Grande por destacar a la teutona, Savoy. Que su historia posterior-inmediata le avala… Y puede que, ok, "Chelsea girl" se "lo hicieran", pero me da igual… Es un discón (y no es el único) que va mucho más allá de los "these days" de Browne y alguna que otra magnífica cover ahí a ubicar. Mucha personalidad esta señora y, coincido, sin ella la fiesta no hubiera sido lo mismo… Abrazo guzzero, Mr Truffle.

  5. Uno de esos discos que traspasa las fronteras puramente musicales para definir y definirse como algo que va mas allá, un momento de la existencia humana, una coordenada espaciotemporal.
    Una gran reseña Guzz.
    Abrazo.

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