«Los grandes nombres del soul». O «la black music», si prefieren… Esa isla flotante en el folklore (y conciencia) popular que casi todo amante de la música que se precie es capaz de configurar en un parpadeo , con las oportunas y recurrentes matizaciones (ok), tiene también su reverso peligroso y negativo. Sí, hasta eso tan realmente sagrado y necesario lo puede tener, no se me froten los ojos que es así la cosa. Y es que, yendo más allá de la erudición del sibarita de pro en ciernes que se las sabe todas, por cada andanada de cualquiera de «los de siempre» se puede señalar, al menos, algo puntual que por una u otra razón voló, ni que sea esporádicamente pero lo hizo maldita sea (y de qué manera), a esas alturas quedando eclipsado forever por la grandeza de los tótems maestros (sin los cuales, dígase todo, muy probablemente aún desconoceríamos sin remisión… es algo bastante tortuoso todo ello, sí). Aunque eso es algo que, obvio, los legos hemos tenido que ir aprendiendo… O seguimos aprendiendo, en realidad y seamos honestos, a base de zambullirnos a conciencia, pulmón y sin escafandra en el océano de la música del pasado siglo. A partir de ahí, y por la lógica de aquello del «soul is the answer» (como siempre nos recuerda el Master Joserra sea en este espacio comanditero, el suyo particular o dónde toque), al abarcar el género que hoy nos ocupa es donde, sin duda, humilde servidor acostumbra a extraer las perlas más gordas y brillantes a partir de las apuntadas inmersiones… De hecho es tan fácil, al comparar con otros géneros y formas (siempre en base a gustos propios), que asusta según como. Para el caso, centrando ya el tema, este prodigio de 1967 firmado por Arthur Conley sobre el que derramar proclamas de «recomendable» o «muy bueno» es quedarse tan atrás que uno se queda tonto y bizco a la vez. Estamos, en efecto que lo adivinaron, ante una auténtica y genuina obra maestra de esas que deben conservarse hasta el fin en vitrina con formaldehído para sacarles el polvo, con sumo cuidado y de a diario. No queda otra.
Cuenta la historia que hacia los mid-60’s un tal Otis Redding se fija en un jovenzuelo Arthur Conley tras escuchar el primer single de éste de 1964. Desde ahí la relación se vuelve como bastante fructífera hasta el punto que, yendo más allá, Otis instruye a Arthur en su tan acostumbrada y harto recurrente práctica de expol… homenajear (sorry) al más grande de todos y siempre: Sam Cooke. De ello, por supuesto, sale el tema principal y de cabecera de la reseña de hoy (que en cierta medida puede, pudo en parte y en realidad, tapar al incauto -entonces y hoy- la genialidad global de una maravilla como és este álbum). A decir verdad, lo tan exiguo de la carrera de Conley (cuatro álbumes, con mucha cover mediante, dispensados entre el 67 y el 69) o que uno de «sus hits» más conocido sea su peculiar revisión de obladi-oblada ya para su último trabajo de estudio (qué tendrán canciones aquellos…), pueden resultar otros argumentos prestos al relativismo… Pero nada, de verdad ni lo intenten. «Sweet soul music», el disco, flota por encima de todo de puntillas y sin mancharse en lo más mínimo. Visto de otra manera, antes de entrar de lleno al contenido : está claro que, a pesar de esa voz y arte, Conley no es uno de «los grandes nombres del soul» (por todo lo apuntado de no saber o no poder dar continuidad a su tan rotundo despegue, mayormente) y su trayectoria hasta permite, por qué no, paralelismos con la consabida estrella fugaz… Ahora bien, y sin la menor duda a mediar, «Sweet soul music» SÍ és uno de «los grandes elepés del soul». Y a pesar del consabido arrime de hombro, ya explicado y para el tan famoso tema por parte del Maestro, este «disquito» se lo curró prácticamente él solito y en exclusiva para todos uds… Y, para resumir el resumen, es que no se acaban los aplausos y punto.
Para abrir disco tenemos ya, cómo no, esa inmortal «Sweet soul music» a cuatro manos con Otis… y que no es sino la canción “Yeah Man” de Sam Cooke, quien nos abandonara -en las tan fatalmente conocidas circunstancias- tres años antes de la edición de este trabajo, convenientemente remakeada (y que sus litigios serios se dieron con los herederos del «hombre que inventó el soul», ya puestos). Por partes: el tema es básicamente putámico todo él se mire por donde se quiera, esa letra (a mayor gloria de los héroes souleros) da una trempera importante, la intro con la musiqueta de Bernstein para «Los Siete Magníficos» ejerce de cachonda alfombrilla de entrada y quedada a la par con contrastados resultados y, -lo mejor de todo-, Arthur la cantó como los puñeteros ángeles y estoy convencido, creo es fácil de adivinar, que hasta su mismísima souledad Cooke la hubiera aplaudido pues, finalmente: ¿nos queda otra?… Pues eso, a bailarla para siempre y fin del culebrón. Para «Take me (just as i am)«, que la sigue, se marca el señor un, reposado pero también altamente sentido, cambio de registro de agarrarse mucho adonde se pueda. Pura «black versión» del Rey en su regreso a Memphis, a lo que se adelanta un par de años y que, en verdad, nos deja sin dinero el planeta de intentarlo pagar siquiera. «Who’s foolin’ who» deja re-claro lo que ya se apunta en algún momento de la letra del tema inicial… «Semos mucho de Mr. Brown y qué se note». Con un par. Misa gospel de los Blues Brothers sin compasión y que te deja la huevada torcida del todo con la entrada de los «pitos» y demás. Pero, ojo en pie, todo palidece ante esta maravilla que dignifica por si sola la especie, el planeta y lo que se quiera: «There’s a place for us«. La mejor canción que le he escuchado al músico (cómo la canta el cabrón !!), favorita de favoritas y una de las cosas más bonitas que se pueden poner en reproductor musical alguno. Tal cual, derrota total para quien suscribe y ahí que lo dejo que es para ponerse a llorar con la hija puta ésta… ¿Y como seguir desde aquí?, puede se pregunte alguien… Pues tirando de la invencible marcheta groovera a lo Aretha, qué dios es woman y además negra (métanse los capiruchos y cruces in flames por el orto pues, motherfuckers), que el tio se marca tan ricamente en «I can’t stop (no, no, no)«. «Wholesale love«, que aquí nadie espere tregua, es otro monumento de quilates a mansalva al soulero anónimo… y aún con perdones mil por la licencia (que esto, coñas al margen, es un clásico de Atlantic altamente adorado por un potosí de personal, en definitiva y obvio). Nuevo paseo cookero por N.O. en soleado día cambiando a los Soul Stirrers por las Supremes con más vientos celestiales y demás. Y que no decaiga, faltaría. En «I’m a lonely stranger» el tipo se vuelve a apoyar en formas más quedas para cuadrar otra enormidad a fuego lento donde guitarra y teclados van meciendo dejando, como único lamento posible, una casi cruel brevedad de poso final. Todo un mantra, según como, ello aquí. Pues de verdad que esta «I’m gonna forget about you» tendría que durar del triple para arriba… El doo wop de marras sale propulsado por la cristalera de la church en esta pista, como en la pelis de vaqueros, y se inunda del glorioso callejeo del alma que tanto nos gusta… Tremenda es poco, vaya (nuevamente y ni qué decir). «Let nothing separate us«, la única canción que supera (por 5», tampoco se crean) los tres minutos del botín, es como la hermana en espíritu de la anterior «There’s a place…» y nos vuelve a estremecer Arthur con ese registro más calmado en que tan cómodo se encuentra de forma evidente. El menor embalaje instrumental suma mucho en su favor en este aspecto y, aunque aquí no tengamos esos tan breves como gloriosos mini-speeches impagables entre partes de la otra, es aquí en verdad donde mejor se repara en que, más allá de cuadrar tal o cual estilo concreto, este señór canta como quiere y más. El cierre definitivo corre por cuenta de «Where you lead me» que es la muerte por delirio de todo vanático, en su acepción más «soular», que se precie y tira abajo las persianas por todo lo alto y solaz general.
Y se acabó. A qué más. En escasos 26′ de pura gloria que lo aparcaba Conley, y bendito siempre también Otis por (además de todo lo Demás -con mayusculaza imperativa-) pegar la chapa en la discográfica lo indecible hasta que esto, esta pura genialidad que hoy hemos acercado al Exilio, recibió el trato que debía. Así ganamos todos claro que, en efecto y como único broche posible: «soul is the answer». Qué no les falte este disco cerca nunca y finalmente, cómo no, que «su souledad» Cooke nos ilumine y libre de todo mal a todos.
Arthur Conley – «Sweet soul music» (1967) : 10 / 10
01. Sweet Soul Music/ 02. Take Me (Just As I Am)/ 03. Who’s Foolin’ Who/ 04. There’s A Place For Us/ 05. I Can’t Stop (No, No, No)/ 06. Wholesale Love/ 07. I’m A Lonely Stranger/ 08. 08. I’m Gonna Forget About You/ 09. Let Nothing Separate Us/ 10. Where You Lead Me.
Por Guzz.
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Me apunto a ese célebre "Soul is the answer"…no conozco este disco, cosa que esta claro que hay que solucionar, apasionada crítica, se te ve muy sweet últimamente.
Abrazo.
Menudo disco fundamental del soul is the answer, una joya y el siguiente de Arthur tb. Un soul abrazotómico. Usted si que sabe!
Pues no lo tengo…. nunca te acostarás sin saber una cosa más!!!! ´después de leerle mañana será mío, usted no, el disco.
Un disco que no controlo y dicho lo dicho me pongo las patas del revés. me pongo a ello. Grandísima reseña master Guzz
"There's A Place For Us"… ¡dios mío, nunca la tristeza y la esperanza fueron tan de la mano! Imposible escucharla sin temblar, aunque el resto sea también imprescindible.
Un abrazo, Guzz.