Libros Críticas

“Eres inocente cuando sueñas y también cuando escuchas la música que amas”.
Joserra Rodrigo

En su libro «Pasión no es palabra cualquiera. Epifanías de rock & soul», aparecido en 2017, el indispensable musicólogo Joserra Rodrigo (quien considera que la mejor canción en castellano de todos los tiempos es «Quiero tu nombre olvidar», de Vainica Doble) habla —lo dice Anónimo e-Esteban Frauca en su prólogo— del “impacto que han tenido y tienen” las canciones “en ese viaje continuo que es la educación de cada uno”, y también “de las canciones como una de las formas perfectas de expresión de emociones”.
Nosotros y las canciones
Sigamos leyendo el excelente texto de Frauca sobre Pasión no es palabra cualquiera, su brillantísimo preámbulo:
“Desprovista del resbaladizo traje de vía de expresión de una cierta conciencia colectiva, y bastante desteñido su papel como credencial para legitimar pertenencia a distintas escenas juveniles o como marcador de nuevas tendencias, la música pop ha visto desaparecer su influencia en lo colectivo, para quedar básicamente convertida en una experiencia individual. Un asunto personal. Cada uno de nosotros y las canciones. A solas.
Al igual que otras formas de expresión cultural, el pop (concepto tan amplio en estilos y géneros como cada uno quiera) ha sido sustituido por elementos que tienen mucho más que ver con la forma y el medio que con el fondo o el mensaje. Delante de nuestros propios ojos, la que fuera rutilante supernova rock and roll se ha ido contrayendo en el tiempo, aunque tampoco hasta el punto de quedar reducida a ese agujero negro residual como sostienen algunos agoreros. Se antoja evidente que esto no es lo que fue, y basta echar un vistazo a las listas de éxitos para definir lo insustancial o constatar su presencia mediática, casi reducida a las páginas de obituarios para argumentarlo.
Es posible que el estruendoso ruido de fondo que en su momento generó el pop se haya podido, a día de hoy, convertir en susurro casi inaudible; pero permanece su esencia, y esta no es otra que las canciones. Love In Vain cumplirá pronto ocho décadas desde que la grabase Robert Johnson en su crujiente y esquelética versión, y ahí sigue, y seguirá, disponible para cualquiera que quiera ponerle fondo sonoro al desengaño.
Nosotros y las canciones. Podemos darles uso, como puro entretenimiento ocasional o como presencia continuada en cada uno de nuestros días.
El libro de Joserra Rodrigo (quien considera que la mejor canción en castellano de todos los tiempos es Quiero tu nombre olvidar, de Vainica Doble), habla del “impacto que han tenido y tienen” las canciones “en ese viaje continuo que es la educación de cada uno” y también “de las canciones como una de las formas perfectas de expresión de emociones”.
Me gustaría que en este que escribo ahora (y que ahora tú lees), asistieras al “tremendo encontronazo con esta música que sufrimos algunos, y el efecto permanente que este produjo en adolescentes entonces todavía porosos, maleables, inseguros y con las hormonas a flor de piel. De la conmoción causada por unas canciones escuchadas a través de una radio, de una ventana a un patio de luces, de la puerta cerrada de la habitación de un hermano mayor; o de la fijación extática con un escaparate de una tienda de discos, […] por delante de la cual pasábamos todos los días y desde donde portadas de discos daban brillo y color a la grisura ambiental”.
¡Cuánto cabe en las canciones!, que “cuando lo merecen resisten el paso del tiempo sin mella, aunque con los años, los suyos y los nuestros, reverberen de una forma diferente. Siguen lloviendo canciones. No ha habido añada mala, sino mayor o menor abundancia en la cosecha. Es cuestión de buscarlas y encontrarlas, incluso bajo las etiquetas más cuestionables o las producciones más demenciales”.
Como Esteban Frauca, que es quien escribe todo esto que hoy descubro que es lo que yo habría querido escribir para explicar lo que quiero que sepas sobre lo que es para mí la música, “no entiendo de estilos ni movimientos en lo referente a ellas salvo para poner un poco de orden y no extraviarnos. Es mucho mejor soltar el peso muerto de los prejuicios, reglas y sectarismos en esto de disfrutarlas. Más es más. Nada innegociable salvo la emoción del momento. No entiendo de placeres culpables, ni de autenticidades o listas canónicas. Busco canciones que conmuevan, que evoquen momentos o lugares o personas, que me alegren o sostengan en algunos momentos o que los fijen en el tiempo para siempre”.
Yo también creo que “no hay nada tan extraordinario como lo ordinario. La épica y la poética de todos los días frente a la pinturera, artificiosa y sobada mística del rocanrol. Los dramas y comedias que suceden alrededor del fregadero de nuestra cocina. El terreno de los afectos y el cariño, la paternidad, la hipoteca y la forma de ganarse el sustento, el paso de los años y las dudas sobre algunas decisiones tomadas, o las pérdidas y decepciones que todos acarreamos. Materiales todos ellos con los que, por cierto, se han compuesto algunas de las mejores canciones pop. Las canciones nos explican a nosotros. Disfruten de todas y cada una que lo merezca.”
Al libro de Joserra Rodrigo Pasión no es palabra cualquiera. Epifanías de rock & soul (magníficamente ilustrado por Cayetana Álvarez), sin leerlo, ya le había yo escrito un poema dedicado también, y quizás más aún, es verdad, a la canción de Graham Parker que le da título, este:
Pasión no es palabra cualquiera,
no es una mera pared de retórica,
es todo lo contrario de las palabras
método, contexto, proceso y medida:
con la pasión le afeas a la rutina
su condición de huera permanencia,
con la pasión aprisionas a la angustia
dentro de una extraña caverna,
con la pasión ensanchas aquello
que sabemos que es el deseo,
con la pasión te hablo ahora mismo
y con ella te nombro a ti
AMOR DONDE LA PASIÓN ESPLENDE.
 
La gloria de la música popular
A Joserra Rodrigo —para quien The Beatles son el mejor grupo de todos los tiempos— le gusta mucho la música, le gusta mucho que lo sepamos y le gusta que la amemos como si fuéramos capaces de amarla como él:
“Amo las canciones sobre todas las cosas. Me relaciono y quiero a través de ellas”.
Las canciones te eligen, afirma Joserra. Las que consiguen conmocionarte están unidas por “un hilo elástico imperceptible y sagrado”. Para curarse de la enfermedad que nos procuran, lo mejor es lo que estoy haciendo yo, lo que hizo él: “contagiarla y dar rienda suelta a lo que padecerla implica”. Amar los discos donde las guardamos, cuando quedaban almacenadas en ellos, amar los conciertos donde las escuchamos cuando más vivas podemos disfrutarlas. Una gloria.
En este libro se nos recuerda aquello de recordar a través de la música, a través de la presencia esencial que las canciones tuvieron en aquel pasado casi irrecuperable. Casi, porque, como dice Joserra Rodrigo, “aunque sea algo del pasado, con las canciones todo se hace presente”.
La canción más bonita del mundo. Para Joserra Rodrigo es Blue, de los estadounidenses The Jayhawks. ¿Se lo discuto? ¿Se lo discutes? Bueno, no, porque él mismo, en su libro, también nos dice que quizás la más bella sea una canción de Nick Drake, Time Has Told Me, una canción que “uno no quiere que acabe nunca porque desea que el tiempo le cuente todo. Pero nunca hay tiempo suficiente para nada, y eso es lo que hace que cada escucha sea inolvidable. Quizás sea la canción más bella desde Reason To Believe, de Tim Hardin, composiciones que solo las pueden acuñar seres ausentes, abstraídos, nacidos para sufrir y dar placer al resto, no de una manera pasajera, sino para la eternidad”. Por cierto, para el apasionado escritor de Pasión no es palabra cualquiera, tal vez la mejor canción de todos los tiempos sea Knockin´On Heaven´s Door, de Dylan. Tal vez.
Y Dylan, claro
Sí, Bob Dylan. Uno de los principales protagonistas de este apasionante y apasionado libro. Para Joserra Rodrigo, Bob Dylan es, junto a Ray Davies, Joni Mitchell, Leonard Cohen, Lou Reed, Warren Zevon y Randy Newman, uno de “los mejores letristas del rock”.
“El tiempo se esfuma”. Joserra Rodrigo ama la música de Bob Dylan, alguien de quien nos dice que es capaz de cantar en Not dark yet “ese instante previo al final y al principio de todo”. Canta Dylan:
“Siento como mi alma se convierte en acero y aún tengo las cicatrices que el sol no pudo curar; no hay sitio para estar en ningún lado, no ha oscurecido, pero no va a tardar”.
“Todos queremos parecernos a Dios”, dice Joserra Rodrigo de Dylan que eso es lo que canta en ese descarte de su elepé Infidels que es también una lección de Historia sobre la esclavitud titulado Blind Willie McTell, pura gloria del bluesY para Joserra, “nadie, nadie, canta el blues como Robert Allen Zimmerman”:
“La idiotez recurrente de que Bob Dylan canta mal se cae por el propio peso o ignorancia del que la profiere. O no tiene ni idea o escucha poca música. Hasta Frank Sinatra dijo que Bob tenía el bello tono de un chelo. Preguntad a los músicos y cantantes de verdad y a ver qué os dicen”.
 
 
Buena disposición
La música soul, según Joserra Rodrigo (el dueño del imbatible slogan “Soul Is The Answer”):
“Disfrutar sufriendo, sufrir disfrutando, el blues, el fado, el flamenco, palos básicos en los que se concentra el catálogo de sentimientos del ser humano. Y de todos ellos el soul es el más dúctil.”
Lo hiperbólico se hace cuerpo presente a menudo cuando hablamos de la música, cuando escribimos sobre los gustos emocionados y emocionales que cada uno derrocha sobre el tapete donde suena lo que otros han creado aparentemente para nosotros. Un ejemplo. Escribe Joserra Rodrigo sobre un disco muy reputado, venerado, del grupo más reverenciado de la historia de la música pop: The Rolling Stones. Escribe sobre ese elepé esto Joserra:
Exile On Main Street no es el mejor disco de los Rolling Stones porque tiene un galardón mucho más importante. El álbum exiliado de Sus Satánicas Majestades es la gran obra maestra de la Historia del rock and roll, […] la esencia más esencial del invento, o donde la sagrada melting pot de la negritud norteamericana se hizo blanca, europea, viciosa, elegante, bohemia, decadente, peligrosa y universal. Es el momento en que el rhythm and blues se convierte en romántico y cool por los siglos de los siglos”.
La gran obra maestra del rocanrol, todos tenemos una. O doce. Doce lagranobramaestradelrocanrol.
“El zumbido de un panal de abejas cabreadas, el olor a carburador tuneado en un garaje minúsculo, un puticlub lleno de gualtrapas ilustrados delgadísimos, conseguir ser más blues que los del Delta y hacer de ese lamento duro de los campos de algodón algo aristrocrático, tocar a Chuck Berry en más sucio, afrancesar el soul de la Stax de Memphis y ser más molesto que un mosquito en la siesta bajo el castaño, tan country como Hank Williams, tan góspel como los Staples, tan gumbo como el Professor Longhair”.
Toma ya.
Te dejo con Nacha Pop (y con Joserra Rodrigo). Y con un consejo: intenta conseguir un ejemplar de este libro, léelo. Y me cuentas.
“Buena Disposición es un salto al vacío en plena juventud y podrían haber eliminado los silencios entre los cortes, casi no los siento. Va de carrera. Su escucha siempre me aligera la marcha, como si llenara el depósito con una gasolina de mayor octanaje, y también me llena de nostalgia de la buena. Pienso, sin pensarlo, que es uno de los cincuenta discos de mi vida, sin duda, y si me apuras, de mis diez. Era fan ya con el anterior, como muchos de mi generación, pero con este, que pillé nada más ser publicado, me enamoré perdidamente de la banda y así del power-pop.
El nefasto cambio de rumbo del pop de este país, siguiendo como siempre al internacional con retraso, el de las baterías infumables, les mudó todo el envoltorio. Seguían siendo Nacha, vale, y firmando canciones tremendas, pero me los estropearon del todo, y ellos, sobre todo uno de ellos, a partir de ese momento decidió tirarlo todo por la borda a nivel de salud y alta tensión. Antonio ganaría en reflexión y metafísica con su aislamiento, pero de trifásico pasó a ser monofásico”.


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