José Ignacio Lapido volvía a Bilbao y lo hacía por la puerta grande.
Cuatro décadas dan para mucho, si te llamas José Ignacio Lapido y te dedicas a hacer canciones, dan aún para más.
Dan para crear en torno a tu figura un aura de honestidad, señorío y una incorruptible y bien ganada reputación que enseñorea cualquier escenario que pisa, y cuya veracidad se ve refrendada por un público que respira junto al artista y se rinde ante el mismo. Hablamos de un tipo con el que te enfrentas en cada bolo de tú a tú. O al menos, así lo sientes.
Ayer en el Kafe Antzoki la historia se volvió a repetir. Lapido volvía a Bilbao y una vez más lo hacía para colaborar con la causa que desde hace años defiende WOP – Walk on Project (Así ha venido ocurriendo en sus últimas visitas incluida la de los Cero en 2016).
Credibilidad y honradez decía, cosa que se demuestra entre otros particulares, en el hecho de que el granadino nunca interpreta temas de 091 en sus conciertos en solitario (casi nadie hace ésto) y se ciñe a su repertorio (que bastante tiene y tenemos) como Lapido.
Otro aspecto que demuestra que el autor de «Cardiografía» juega en otra liga es el nada desdeñable hecho de defender siempre su último disco en los bolos, haciendo del mismo, el auténtico protagonista de la noche. Así ocurrió ayer en Bilbao, «A primera sangre» ocupó lugar de honor en el setlist nada menos que con nueve temas de los once que porta el disco, más concretamente: «Arrasando», «Curados de espanto», «Uno y lo contrario», «De cuando no había nacido» que fue sin duda el momento que más me llegó de toda la noche, «Antes de que acabe el día» y «Malos pensamientos»; seis temas que sonaron seguidos sin solución de continuidad. Volvió con su último trabajo en la segunda parte del set con «Creo que me he perdido algo», «No hay nada más» y «De noche la verdad» que salpicó entre otros clásicos de tiempos pasados.
Aunque para ser justos, la banda, que no es otra que la que desde hace años acompaña a José Ignacio Lapido, formada por Victor Sánchez (guitarra), Popi González (batería), Jacinto Ríos (bajo) y Raúl Bernal (teclados) y que suena perfectamente engrasada, plasmando cada nota, inflexión y detalle interpretativo de manera pluscuamperfecta, prerrogativa de los años que llevan juntos, aunado ésto al virtuosismo que demuestran cada noche, empezó sonando con un exceso de ferocidad por parte de la Gibson de Victor que atravesaba como un rayo laser la formación sónica general, tapando voces e instrumentos e incluso distorsionando.
El problema se solucionó enseguida, pero los dos primeros temas, dos clásicos favoritos personales, «Antes de morir de pena» y «No digas que no te avisé» desmerecieron un poco por este problema con la guitarra. Pero una vez resuelto el percance, todo empezó a funcionar como un tiro, la intensidad emotiva subía según avanzaban las canciones y antes del set de «A primera sangre» escuchamos otra pieza clave del repertorio del Poeta Eléctrico como es «Luz de ciudades en llamas» a la que siguió «Lo que queda y se nos va» del anterior disco en solitario de Lapido, «El alma dormida» (pinchar reseña) del que también dio buena cuenta con otros tres temas más: «Cuidado», «La versión oficial» y «Escalera de incendios», por cierto, ésta cantándola en solitario, con la única compañía del piano, tomando el relevo en el setlist a la clásica «Algo me aleja de ti» que ayer no escuchamos.
Pudimos bailar y cantar a voz en cuello con el rock más auténtico de «Lo creas o no», la ya mentada «Cuidado», y «Cuando por fin» – único tema extraído de «Maneras de perder el tiempo» (2013) – sin obviar momentos de recogida intensidad con «Cuando el ángel decida volver» y «El ángulo muerto» del célebre y preferido personal «Cardiografía» (reseña).
Otro de los álbumes clásicos dentro del brillante histórico discográfico de Lapido es el fantástico «En otro tiempo, en otro lugar», de este lote de 2005 pudimos deleitarnos con tres coplas imprescindibles además de la ya comentada «No digas que no te avisé», como son «De espaldas a la realidad», la preciosa «Por sus heridas» y el fin de fiesta con jubilosa celebración general que supuso la celebérrima «La antesala del dolor».
José Ignacio Lapido es una apuesta segura, a caballo ganador, así viene siendo desde hace cuatro décadas y no parece que en un futuro próximo vayan a cambiar las cosas. Siempre es un placer enfrentar a la memoria y a la emoción del hoy con la honradez y el señorío al que hacía referencia en el comienzo de esta crónica, a la sólida reputación de un gran artista que nunca decepciona y que el sábado regaló a su público otra gran noche de rock and roll.
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Gran reseña. Solo comentar que antes si tocaba canciones de 091 en directo, al menos antes de la vuelta de los cero.
Saludos
Creo recordar escuchar hace años alguna canción de los Cero en algún bolo de Lapido, pero creo que hace bastantes años de eso. No obstante muchas gracias por comentar y visitar.
Saludos.