Reseña y crítica sobre Pablo Cuevas de Los Fusiles, esta vez en solitario con su álbum ‘Los cuatro claveles’.
… adopta el rol de trovador, con un lirismo, una sinceridad y un sentimiento que desborda, entre personajes y ambientes que cabalgan por lo tabernero, lo castizo, lo mediterráneo, lo aflamencado…
Llega el final del 2023 y, como viene siendo costumbre, todas las miradas musicales parecen dirigidas a preparar las listas de lo mejor del año, con la tradición bastante establecida también de ningunear las más recientes publicaciones discográficas.
Una de esas novedades a la que no se le está prestando la debida atención, y por la que podría incluso clamar el cielo, es el debut en solitario del sevillano Pablo Cuevas, en una especie de respiro y tregua fusilera con su banda y con la que, todo sea dicho, también publicó durante el año en curso un notable tercer álbum de título “A mano armada”, exhibiendo en ambos casos un prolífico y extraordinario estado de forma a nivel compositivo.
A la vista, o mejor al oído, del contenido que se incluye en “Los cuatro claveles”, no puede ser más certera la nota promocional del sello Family Spree Recordings que lo ha editado, donde se resaltan sus influencias de Elvis, Celentano, Gardel, Django Reinhardt, Serrat… y que, en mayor medida, permiten comprender un trabajo donde adopta el rol de trovador, con un lirismo, una sinceridad y un sentimiento que desborda, entre personajes y ambientes que cabalgan por lo tabernero, lo castizo, lo mediterráneo, lo aflamencado… aproximándose dependiendo de cada pieza a la chanson francesa, al tango, al gipsy jazz, a las melodías napolitanas, andaluzas… sin perder en ningún instante una luminosa cohesión callejera y conceptual.
Porque el que tuvo retuvo, en la primera avanzadilla “El aroma perfumado”, entre aires porteños y una fabulosa escolta de acordeón, nos puso en guardia y nos dejó asombrados a los suficientes. Después llegaron las pinceladas de swing jazz en “Al mandamás” y ahí, como reza la copla, comprendimos que muchos buenos aires iban a entrar.
A modo de vermú se sumó “La tropa”, merecedora de ser escuchada con, al menos, un par de tragos por su necesaria arrogancia para acometer tal atípico vals, y “La boda civil” como ideal refrigerio para reponer fuerzas, una auténtica preciosidad melódica que debería ser de obligada banda sonora en todos los esponsales laicos.
Y por fin llegó el resto. La historia de “Ginés el de San Juan” atrapa irremediablemente, es una exquisita cantinela entre la bohemia, una mujer fatal en París y la barra de bar en una vida más aburrida y convencional. Con la ironía en “Mi dimisión” halla el ideal cortejo del saxo y de unos coros de connotaciones sarcásticas, mientras que la segunda voz de Abbi Fernández en el tema que da título al álbum resulta el perfecto complemento para la melodía de más colorido y que, junto al instrumental “El buen augurio”, es la que mayormente representa los aromas de la tierra del autor.
Por último, “El barco de la victoria” es una de mis favoritas. De pelopunta ese modélico colofón, un caballo ganador para rematar un artefacto discográfico que, difícilmente, hallará rival con mayor casta y emoción en esta añada que está a punto de concluir.
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