
Crónica del concierto que ofrecieron Calexico en Sala Villanos de Madrid el 6 de febrero de 2025.
La víspera me acomodé en un sillón mientras escuchaba a Los Lobos, al Ry cooder de “Chez ravine”, cualquier maravilla de Giant Sand, Brian López, Sergio Mendoza y la orkesta, Golden Boots, al Perry, Gabriel Sullivan… (“Tucson songs. Exciting new sounds from Southern Arizona”, Le pop musik gbr, 2011). El volcán apagado de la ciudad de Tucson entraba en erupción. Más cercana a la frontera, conduje hasta el villa sur motel, desde la habitación vecina los meseros voceaban las excelencias de las barbacoas y los tamales de mexicali.
Llevé el calor de aquella mesa camilla (un brasero entre sus faldas porque la noche era fría), leyendo algunas cuartillas sueltas de Juan Rulfo (también había fotografías en las que un perro deambulaba buscando alimento entre unas calles desoladas), un cuerito de petaca de josé cuervo, un mapa de la frontera de 1847 (cuando todavía Mexico era el heredero territorial the “Cortez the killer”), algunos comentarios sueltos del “Meridiano de sangre” de Cormac mccarthy. Así me presenté al concierto de Calexico.

Un concierto este de Calexico para la familia, para los amigos cercanos, apenas una centena de asistentes. La sala villanos despuntaba sus luces de hornillo, ni tan suaves. Joey burns a la guitarra, John Convertino a la batería y Martin Wenk a la trompeta, lap steel y bajo, fueron desplegando un track-list de poco más de una hora.
Tranquilos, muy tranquilos. Yo intentaba descubrir algún destello de Frida Kahlo entre los pasillos pero no acertaba. Entre los asistentes más cercanos al escenario se movía subterránea una suave pendiente de caderas y el flujo sincopado de algún corrido tamizado de terciopelo mantenía la esperanza. Temas de su primera época, “Stray”, “Glimpse”, “The black light”, “Sunken waltz”, se sucedían junto a otros más recientes, “Two silver trees”, “Frank´s tavern”, “Luna roja”, “Turquoise”. La versión del “Miserlou” de Dick Dale en el “Pulp Fiction” de Tarantino retrató nuevas imágenes. Serpientes de cascabel, gasolineras abandonadas, incendios en los ángeles, “Chinatown”.

Entonces apareció ella, subió al escenario Amparo Sánchez (nuestra Amparanoia) y el concierto varió su derrota. “Inspiración” (aquella primera grabación con Jairo Zabala, al que recordaría en sus comentarios), “Roka”, “Don´t leave me now”, “Cumbia de dónde”, con un acertado medley incluyendo el “Candela” del Buena Vista Social Club, sirvieron para recalentar la caldera. Los músicos empezaron a atreverse con un castellano más que decente, los instrumentos se hicieron más mestizaje, se derrumbaron las fronteras, los espaldas mojadas derribaban muros, llegaban a su destino y encontraban trabajo en los viñedos de Bakersfield. Que jodan a Trump.
Nos ausentamos en los bises (“Lost inside” y “Deep down” según el tracklist), esa noche me parecía un colofón innecesario, el alma del concierto se encontraba en otro espacio. Mientras me dirigía hacia las puertas del metro más cercano iba recordando las bellas portadas de los discos de Calexico.
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