Críticas Discos

INTRO. Ragged Glory es el no poco conocido espacio internáutico donde el melómano, escritor y amigo de la casa Gonzalo Aróstegui Lasarte tiene a bien regalarnos, y con apreciable cadencia, algunos de los textos más nutritivos y bien paridos que quien sea se pueda echar a los morros en la lengua de Quevedo a colación de esto del rocanrol y similares. Esto es así. Y hasta ahí lo sobradamente conocido. Sin embargo, la intrahistoria de esta entrada, por la parte que me toca, es simple y llanamente la delictiva… Porque «hurto consentido», pero hurto al fin, es lo que servidor lleva a cabo a día presente. En verdad, solo aparecer el concepto «firmas invitadas», en este su Exilio, uno ya se puso en modo rapaz para con los ingentes trabajos sitos en la Ragged. Así, para resumir, solo afirmar que (desde luego) la putada del tema ha venido rendida a la calidad imperante del lugar, cosa que ha convertido algo tan a priori sencillo como la respuesta al «bueno, pues a ver qué me tomo de prestado…», en un auténtico via crucis de tres pares. Y es por ello, vaya, que se ha tirado por la del medio y se ha acabado por ir, directamente, a buscar aquello de lo que el ya considerable índice de reseñas de este exiliado espacio todavía adolece… Algo de «lo que le falta». Y de todo lo expuesto, en efecto, se destila al fin que me haya decantado por el tan aplaudido disco de Can del 71, cuya impronta y repercusión en la historia del medio alcanza  incluso para aquellos legos confesos (como quien suscribe)  en asuntos tocantes al llamado krautrock. Más que nada por trascender géneros y etiquetas como quien se rasca y tal, obvio. Sin más: «Tago Mago» por el Sr. Aróstegui. Disfruten.

«Veamos el cuadro completo, la situación política en Alemania, los desarrollos culturales en los sesenta. La generación posterior a la guerra se mantenía en el poder con estructuras muy conservadoras y los jóvenes fueron infectados por el virus del cambio. Un cambio a nivel político, naturalmente también en las artes. Ese fue el clima en el que crecí y mi conciencia de la situación política y cultural se hizo muy clara. La guerra de Vietman nos llevó a discutir la influencia dominante de la cultura angloamericana. Fue un proceso complicado, muchos jóvenes artistas alemanes compartían ese sentimiento y cada uno tenía su propia respuesta» declaraba Michael Rother en un reciente entrevista concedida a Ruta 66. Y pocos mejor que quien fuera guitarrista de Neu! para hablar de la génesis del krautrock.

A diferencia del «third stream» —termino con el que Gunther Schuller (neoyorquino hijo de inmigrantes alemanes, por cierto) definió esa tercera vía que mezclaba jazz con música clásica—, en el que se pecaba —a pesar del interés de ciertas grabaciones de Lee Konitz o Jimmy Giuffre— de un exceso de respeto que parecía impedir que ambas músicas confluyeran en un discurso genuino, el krautrock bebía del rock and roll, de la vanguardia atonal y del free jazz para crear su propio discurso sin limitaciones ni miedos. Los músicos del third stream parecían arrugarse ante la influencia de Stravinsky, Bartók, Ives o Ravel —aunque fueran estímulo querido y buscado—, sin que hubiera interacción posible entre ambos mundos: por un lado la partitura que asimilaba a grandes compositores del primer tercio del siglo XX; por otro, la (tímida) improvisación jazz. Neu!, Kraftwerk, Faust, Can y otros cogían todo (lo que les interesaba) para no parecerse a nada. Porque ésa era su apuesta: todo o nada.
Quizá la obra maestra del movimiento sea el tercer elepé (doble) de Can, cuyos más de setenta minutos y cuatro caras —sirva de aviso a mojigatos y cortos de miras— ocupan sólo siete temas. Con Malcolm Mooney definitivamente fuera de la formación, la voz del japonés Damo Suzuki se antoja compañera perfecta de la guitarra de Michael Karoli, los teclados espaciales de Irmin Schmidt, el bajo de Holger Czukay y la batería de Jaki Liebezeit, motor del grupo y de las esencias rítmicas de Tago Mago, publicado en 1971. Paperhouse, Mushroom y Oh Yeah, los tres primeros cortes del álbum, pueden parecer accesibles (término irrisorio si hablamos de Can) si los comparamos con los tres siguientes, que ocupan dos terceras partes del minutaje del álbum. Si en los tres primeros temas podemos hallar similitudes con King Crimson o Alice Cooper (que no influencias) en las melodías y escuchar los solos de un Karoli más cercano al rock, el catártico mantra funk de Halleluhwah radicaliza el disco para enfrentarnos —vía Schmidt y Czukay, alumnos ambos de Stockhausen— a la experimentación concreta de Aumgn y Peking O, en el que Damo Suzuki toma ejemplo de la Sequenza III de Luciano Berio, alcanzando unas frecuencias vocales que pueden (y quieren) resultar irritantes al no iniciado. Bring Me Coffee Or Tea acerca al grupo a territorios pop —hago aquí el mismo comentario que he hecho acerca del vocablo «accesibles»— para poner punto y final a una experiencia incomparable, cuyo resultado final se debe —como era habitual en el grupo— al proceso de montaje y selección de Holger Czukay de los materiales registrados en el mítico Inner Space Studio.
Pero ¿es esto rock?, se preguntará alguno. Digamos que sí, en un sentido lato de la palabra, y para no escurrir el bulto. Pero añadamos a continuación: ¿qué importancia tiene eso? La clasificación, ya lo hemos observado en Ragged Glory, puede ser útil si no sirve para restringir, si no sirve de coraza impenetrable. No digamos la división excluyente entre música culta y música popular. Los grotescos argumentos utilizados para defenderla se vienen totalmente abajo ante Tago Mago, Can, y el krautrock en general. Los referentes del movimiento se hallan en cualquiera de los lados de la frontera, buscando cada cual «su propia respuesta», como dice Rother. Se sitúa Tago Mago «en ese lugar al que pocas creaciones tienen acceso: allí donde la obra de arte se alimenta de sus propios mecanismos —los que la ponen en pie— e ilumina de esta forma endogámica todo lo que le rodea sin dejar nunca de ser ella misma, deviniendo exógeno lo que funciona a la perfección como procedimiento interno y autosuficiente», palabras que utilizamos hace unos meses para hablar de Ser o no ser, la película de Ernst Lubitsch, y que son aplicables al doble álbum de Can. Trasciende éste épocas y lugares, a pesar de pertenecer como pocas cosas a su tiempo, imposible colocarlo fuera del momento y las circunstancias que lo produjeron. Ahí reside, por supuesto, su grandeza e inmortalidad. 
Dos discos más grabaría Damo Suzuki con Can, Ege Bamyasi y Future Days, imprescindibles los dos; sin embargo, ninguno alcanzaría la extraordinaria tensión, el inaprensible equilibrio, de Tago Mago. Bitches Brew, el año anterior, y The Raise And Fall Of Ziggy Stardust And The Spiders From Mars, el siguiente, también los alcanzarían. Por si quedaba alguna duda.





Can – Tago Mago : 10 / 10

01. Paperhouse/ 02. Mushroom/ 03. Oh yeah/ 04. Halleluhwah/ 05. Aumgn/ 06. Peking O./ 07. Bring me coffee or tea.

Por Gonzalo Aróstegui Lasarte desde el espacio Ragged Glory (11 de octubre de 2010)

Posteado/expoliado para la ocasión por Guzz.


3 comentarios

  1. Un placer colaborar en vuestro espacio, Guzz, Gracias por tus palabras del primer párrafo, y a Joserra por sus POMs. Solo una cosa: nadie debe morir sin haber escuchado "Tago Mago".

    Un abrazo.

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