Reseña y crítica de ‘Cartoon Darkness’, álbum de la banda australiana Amyl and The Sniffers.
… un paso de gigante, al orientar toda su crudeza y su energía hacia algo más accesible sin abandonar su actitud, su rabia y su poderío…
Cuidadín con este artefacto de la banda australiana de punk-rock Amyl and The Sniffers porque puede marcar un antes y un después. Aunque bueno, igual soy un exagerado, todo es relativo y siempre habrá quien lo ningunee, lo minimice o lo subestime en una jungla musical donde los celos, la aversión, la ojeriza y las manías están presentes como en otros ámbitos de la vida, máxime si hablamos de estilos donde la tralla guitarrera no es apta para todos los oídos, para todos los públicos o para una parte de los aficionados que quedaron anclados en otros tiempos y que, casi en exclusiva, dan valor solamente a los pioneros de los respectivos subgéneros derivados del rock.
Dicho lo cual, se suma además lo frecuente de que, cuando algún artista o banda de culto en alza cruza la barrera del mainstream y de la popularidad, surja una legión de «haters». En el caso que nos ocupa, no me extrañarían las voces que los tildaran de punk fraudulento o algo similar, debido también a algunas particularidades que podrían interpretarse exageradas o desproporcionadas, como una hiperactividad de Amy que a veces pueda aparentar estimulada por anfetaminas u otras sustancias que afectan al sistema nervioso.
Dejando a un lado disquisiciones sobre partidarios y detractores, me parece significativo hacer un poco de historia antes de ir al grano. Sin contar los dos primeros Eps de 2016 con los que comenzaron los de Melbourne, editados en formato digital o en cassette y que prácticamente pasaron desapercibibos por estos lares, ha transcurrido un lustro desde el álbum debut homónimo y tres años desde “Comfort To Me”.
Con esos dos discos, creció la difusión de sus potentísimos conciertos en directo y de que Amy Taylor era una frontwoman impactante, con los ovarios bien puestos, una especie de cruce entre Debbie Harry e Iggy Pop, detalles que contribuyeron a encumbrarles hasta una posición prominente, con miles y miles de seguidores en todo el mundo. Si alguien no se lo cree o ignora ese dato, echen un vistazo a los números que poseen al respecto en sus diferentes redes sociales.
Tras el anteriormente mencionado segundo álbum, lanzaron en 2020 un EP en directo con canciones grabadas en el bar de su ciudad The Croxton, más alguna rareza en formato digital, como por ejemplo la versión de “Born to Be Alive” que es para mear aparte, ideal para desinhibirse, agitarse y bailar a lo loco con esa fabulosa adaptación del exitazo internacional que, a finales de los setenta, popularizó el francés Patrick Hernández.
Con todo lo anteriormente expuesto, es de lógica pensar las altas expectativas y el enorme interés que despertó la publicación de este tercer álbum “Cartoon Darkness”, bien para comprobar si todo quedaba en un bluf, bien para si se mantenían en la pomada con claridad y autenticidad.
Mi sensación, partiendo de que los anteriores discos me parecieron buenos pero tampoco para tirar cohetes, es que han dado un paso de gigante, al orientar toda su crudeza y su energía hacia algo más accesible sin abandonar su actitud, su rabia y su poderío. De hecho, ahora pienso que pueden ser un ejemplo de relevo generacional en la onda de la vieja escuela, y que abran camino a otros grupos de casta y calidad rocanrolera. Además, me agrada la fórmula desafiante para no dejar títeres con cabeza en asuntos como el cambio climático, la sociedad patriarcal, la inteligencia artificial, las nuevas tecnologías y, en definitiva, la deriva actual de algunos asuntos que conviven en la sociedad capitalista.
Ya en los adelantos dejaron entrever ciertos giros evolutivos, empezando por “Jerkin”, encargada ahora de abrir la cajita de los truenos y punk hasta en la médula espinal con esa crítica camuflada a las redes sociales que, además, vino acompañada de un video censurado por sus desnudos y que, por cierto, posee el morbo de verse sin trabas en la página web de la banda —pinchen aquí—, detalle que incrementa considerablemente lo que podría convertirse en un auténtico himno que, siguiendo el contenido de su letra, parece dirigido al careto de difamadores, maldicientes y pajilleros que en el fondo envidian u odian el éxito de, por ejemplo, Amyl and The Sniffers.
En esa línea de autorreivindicación del trabajo propio frente a reproches personales recibidos en las distancias, y con menciones a ciudades lejanas como Tokyo, Los Angeles, New York, Londres… se halla un temazo de tomo y lomo como “U Should Not Not Be Doing That” o, de manera similar, como representante de independencia y contracultura, la menos tormentosa, más introspectiva y más fronteriza “Big Dreams”, acaso la pieza más autobiográfica, con una chica que tiene grandes aspiraciones y que nunca ha sido aburrida.
Ahora bien, de las cuatro avanzadillas, la que realmente más me atrapó fue “Chewing Gum”, pegadiza y adictiva declaración de amor y de deseo juvenil donde se recalca que la vida es corta y divertida, y todo sin caer en premisas muy sobadas del nihilismo punk de antaño, como el “no future” o aquello de “vivir rápido y morir joven”.
Del resto, “Tiny Bikini” es provocadora, parece como una protesta internacional del derecho a portar atuendos de bikini y pantalones cortos en un mundo frío, cada vez más helado, mientras que “Bailing of Me” está más dirigida a corazones rotos.
En el ecuador del disco, parece bastante estudiada la ubicación y la sucesión consecutiva de cuatro trallazos sin misericordia, como “It’s Mine”, “Motorbike Song”, “Doing In Me Head” y “Pigs”, uno para no fingir, otro para liberarse, el tercero de muchísima indignación con las nuevas tecnologías, y el cuarto como señalando el sueño humedo de los rockeros, de salvajes y rebeldes de la lucha, cada vez más dóciles, un pepinazo que ya le habría gustado tener a los Pistols u otros en su repertorio.
En la recta final se recupera el aperturismo sónico, como en los interrogantes y las cosas por hacer de “Do It Do It”, como en la velocidad existencial de “Going Somewhere” o como en “Me and The Girls», reivindicación feminista de chicas que se quieren divertir como sea, sin la protección de ningún hombre, y con las que se completa un discazo que de lógica es pensar que aparecerá en los puestos altos de muchas listas musicales sobre lo mejorcito del año.
Ah, y la portada. Me parece fabulosa, de las mejores que he visto en mucho tiempo. Cabalga entre la censura, la espontaneidad y la liberación, entre el guiño del ojo, la lengua y las tetas al aire de Amy con una franja borrosa deliberada para que la ilustración no sea vetada, captando una escena en movimiento que provoca dudas si está preparada conscientemente o ha surgido con naturalidad por esa apariencia de muñecos Geyper de sus compis Dec Martens (guitarra), Bryce Wilson (batería) y Gus Romer (bajo).
Ojalá alguna promotora o alguna alma caritativa pille el guante, los traigan de extensa gira por aquí y podamos comprobar cómo se las gastan en vivo con este álbum donde Amy y sus esnifadores han vuelto para quedarse, mal que a algunos/as (o muchos/as) les pese. Punks not dead!
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Que bueno Juanjo me encanta este grupo desde que lo descubrí con el disco anterior que señalas y no pude verlos en el cala Mijas pero me hablaron maravillas del directo. Pero este disco tiene una pintaza increible. Sin duda grupo de futuro y para ver en directo