…en esa dirección poética y romántica, la de un crooner con principales influencias del francés Serge Gainsbourg o del belga Jacques Brel, donde circulan más esencialmente estas valiosas baladas…
…indudablemente Chencho Fernández ha parido un disco como la copa de un pino, de esos que entre minorías selectas marcan un antes y un después…
Cuando entre diciembre del 2014 y enero del 2015 descubrí “Dada estuvo aquí” sufrí eso que llaman “un impacto súbito”. Desde el primer instante supe que aquellas historias urbanas o rurales, aquellos amores y desamores que transmitían melancolía, emoción y pasión, habían llegado para quedarse. Digamos que sus melodías me resultaron tan inesperadamente cercanas como adictivas, seguramente por ese personal cóctel musical que de manera modélica ensamblaba detalles que podían evocar a los Burning más melódicos, al Sabina más rockero y al Lou Reed más callejero.
Con las “Baladas de plata” ha sido otra cosa. No recibí esa mencionada colisión mental instantánea pero sus canciones se abrían paso considerablemente, creciendo y creciendo a través de sucesivas audiciones hasta arribar al mismo puerto, el de un disco que genera adicción y por el que no queda otra que reverenciarlo en señal de admiración. Son, pues, diferentes caminos para perdernos en ese universo tan particular que caracteriza a Chencho Fernández.
Entrando en más minuciosa materia decir que un servidor pudo intuir la variación evolutiva del sevillano cuando a finales de abril del 2019, junto a un pequeño grupo de privilegiados, le escuchó interpretar en acústico “Mi pequeña muerte en ti”, un temazo sobre besos cautivos y heridas que sangran, donde ahonda en la vertiente de chanson francesa que inspiró el tema “La Garçonne” del arriba mencionado anterior disco.
Y es precisamente en esa dirección poética y romántica, la de un crooner con principales influencias del francés Serge Gainsbourg o del belga Jacques Brel, donde circulan más esencialmente estas valiosas baladas. Clara muestra de ello es “Te quiero sin querer”, en la que explora imaginativamente el diálogo de un encuentro entre dos amantes, como en “Je t’aime… moi non plus” de Gainsbourg con Brigitte Bardot primero, y después a dúo con Jane Birkin, incluido acompañamiento instrumental de órgano inspirado en el “Whiter shade of pale” de Procol Harum.
Otros exquisitos temazos que auscultan las cavidades del corazón son “Un hit” con esa imagen idealizada de volverla a sentir, besar y abrazar, “La canción de Nadia” sobre una indecisa melodía en la eternidad de un día, o la profunda e inmensa “Cómo se odian los amantes” entre un océano de reproches.
En una línea diferente, mucho más rockera, dando inicio al disco que nos ocupa, es esa visión apocalíptica de “La fosa de las Marianas” como emplazamiento para los peores seres humanos, en el punto más profundo de todos los océanos terrestres, en el abismo de Challenger, más allá incluso de donde solamente llegó el director de cine canadiense James Cameron con su sumergible en el 2012.
Como no podía ser de otro modo tampoco podían faltar las claras aproximaciones hacia el padre del rock alternativo. “En boga” fue el primer single promocional de este trabajo, un tema que, ineludiblemente, me trae a la mente el “Loaded” velvetiano. Seguramente es, junto a “Calle imagen”, el que más podría encajar con su anterior Dadá, con esa Sevilla de sol y sombra. Asimismo, la historia de esa estrella de serie B en “Suicidio en Hollywood”, donde recupera la canción de Las Muñecas de Calle Feria, me evoca en esta transformación al Lou Reed que cabalga entre “Berlin” y el “Coney island baby”.
Más. De un álbum donde el desperdicio brilla por su ausencia nos queda “Salvador en la plaza de Pan”, con una faceta de crooner más desgarrada, a lo Nick Cave, y ese desenlace, consumando brillantemente, como sucedió en Dadá con “Una buena noche”, esta vez con una “Noche americana”, ese sueño atascado, ese despertar y descubrir que se ha ido.
Indudablemente Chencho Fernández ha parido un disco como la copa de un pino, de esos que entre minorías selectas marcan un antes y un después. Injusto, muy injusto, aunque estemos los suficientes muy acostumbrados a las injusticias musicales, sería que las “Baladas de plata” pasaran desapercibidas.