Discos Críticas

Crítica y reseña sobre Dean Wareham y su disco ‘I have nothing to say to the Mayor of L.A.

…otro elenco de deliciosas melodías que, como es habitual en él, suenan ingeniosas, atemporales, modernas, vanguardistas, entre aromas melancólicos y agridulces en esa línea de contención guitarrera que muestra la vertiente más popera y acaramelada de Lou Reed, salpicada de una refinada voz trémula muy emocional…

Me mantengo en mis trece, con total perseverancia. Ni me resigno ni retrocedo un paso a lo manifestado en algunas ocasiones acerca de que Dean Wareham es uno de los artistas musicales más interesantes de los (ahora) últimos treinta y tres años, aunque nunca haya obtenido difusión ni una comercialidad excesiva que le haya permitido acceder a la cultura de masas, quedando finalmente reducidas a propuestas musicales de culto tanto Galaxie 500 como Luna, Cagney and Lacee, Dean & Britta o él mismo en solitario. 

Si el neoyorkino, de origen neozelandés, editó en el 2014 un exquisito y altamente recomendable álbum homónimo que fue producido por Jim James de My Morning Jacket, ahora ha vuelto a colaborar en esa faceta con Jason Quever de Papercuts, además de haber contado con su esposa Britta Phillips en arreglos y realización, todo ello tras haber grabado junto a ella «The quarantine tapes» durante los días de mayor confinamiento por la pandemia.

Dean Wareham y su disco ‘I have nothing to say to the Mayor of L.A.'

Y es que siete años después repite con otro elenco de deliciosas melodías que, como es habitual en él, suenan ingeniosas, atemporales, modernas, vanguardistas, entre aromas melancólicos y agridulces en esa línea de contención guitarrera que muestra la vertiente más popera y acaramelada de Lou Reed, salpicada de una refinada voz trémula muy emocional que siempre sale airosa aunque parezca en algún momento que pueda resquebrajarse.

Además, y como no podía ser de otra forma, la mayoría de canciones poseen esa peculiar atracción marca de la casa que consigue embaucar a través de sucesivas audiciones, acaso algo más en esta ocasión si tenemos en cuenta que pone mayor énfasis en reivindicaciones personales o colectivas que, en cierto modo, están relacionadas con asuntos de general importancia que se están cociendo en el mundo. 

Prueba de ello sería el deterioro y ocaso personal que aparece en «The last word», dedicada a Eleanor Marx, comunista inglesa hija de Karl Marx, en «Red Hollywood» sobre la caza de brujas que sufrió John Garfield por su implicación política y que le costó el veto como actor, en «The corridors of power» donde priman las desigualdades sociales, o en la más turbia demanda política sobre la reiterada participación americana en muchos embrollos internacionales con «Why are we in Vietnam?».

Mayor carga mordaz aparece en la maravillosa «The past is our plaything», que sirvió de single de adelanto con videoclip incluido, y en «Robyn & Richard». A ellas se suman la sinceridad y desnudez de «Cashing in» y dos versiones, la rareza de Lazy Smoke «Under skys» y el «Duchess» de Scott Walker. 

Muy, muy, muy dificílmente los fans del galáctico Dean Wareham pueden salir decepcionados con «I have nothing to say to the Mayor of L.A.«, una confitura velvetiana y verlainesca para relamerse con ella una y otra vez.  Además, podría servir de punta de lanza para nuevos exploradores o descubridores de su potencial y talento. 


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