Discos Críticas

Reseña y crítica de ‘Beyond everything’, álbum de Dion Lunadon.

… obra infecciosa, abrasadora,  deslumbrante, por momentos feroz, sucia, indómita y salvaje que, sin dejar de lado la emoción en sus melodías, posee las mejores virtudes de los Stooges, Suicide, Jon Spencer… Subamos el volumen, dejémonos atrapar…

Absolutamente prendado he quedado con el segundo álbum del neozelandés Dion Lunadon, publicado dos años después del EP ‘Schreien’ de 2020 y un lustro desde su disco homónimo en solitario de 2017  tras su paso por The D4 y por A Place To Bury Strangers.

Digo prendado como podía haber dicho atrapado, seducido, hechizado, maravillado y, hasta incluso, entusiasmado con el de Auckland, quien desde hace tiempo reside en New York, motivo esto último para, a la vista del fructífero trabajo que nos ocupa, pensar en la directa influencia de los efervescentes años de punk-rock y new wave en la metrópoli estadounidense durante el segundo lustro de los setenta.

Y es que un servidor es bastante enamoradizo de estos oscuros artefactos sónicos para minorías selectas, tal y como se podría catalogar palmariamente al ‘Beyond everything’, donde Dion se manifiesta como un músico implacable, crudo y energético en todas y cada uno de los diez adictivos cortes que fueron seleccionados entre más de cien que, según la nota promocional, había compuesto y grabado entre 2017 y 2019.

Metidos ya en harina, durante estos dos últimos meses previos, y a través del sello In The Red Records, se han lanzado, de manera dosificada, cuatro trallazos para promocionar lo que se avecinaba y, por supuesto, para calentar a la correspondiente facción de frikis interesados en este tipo de propuestas. El primero fue el que ahora cierra el álbum, un ‘Living And Dying With You’ cuya carga surfero-garagera y de high-energy es como dinamita purificadora para vivir y para morir con un amor sometido a temperatura elevada y a presión extrema, en una ubicación que incita al bucle, al retorno con consecutivas audiciones. 

Siguió caldeando el ambiente ‘It’s The Truth’, una súplica de amor donde parece como si la Iguana se arrastrase entre despojos e inmundicia, y donde la chirriante guitarra se cuela hasta el tuétano.

Y llegó el tercero ‘By My Side’, el que posee las claves del álbum a nivel conceptual, cual si se hubiese inyectado por vena una sobredosis de Suicide, retorciéndose entre imágenes, acaso cinematográficas. De hecho el título del disco estaría encuadrado en un verso de esta vertiginosa pieza, un epígrafe que parece aludir al más allá de todo lo cotidiano, con la distorsión eléctrica como verdad suprema.

Sin dejar la línea trazada, el cuarto tema ‘Screw diver’ resultó demoledor, frenético, sincero, urgente y visceral, donde parece aproximarse a los Jesus and Mary Chain del ‘Automatic’, en una especie de deconstrucción para hallar el éxtasis, la fantasía, la liberación y la diversión en el amor.

Tras los anticipos aterrizó el resto del álbum. Y justo es proclamar que en él todo cuadra, que lo sobrante brilla por su ausencia y que incluso el orden de las canciones parece perfectamente meditado, empezando con  ‘Goodbye Satan’, una cósmica melodía surf-popera de efluvios sixties que, a modo de dolorosa y pasional despedida, es la encargada de destapar la caja de los truenos con su organillo, con su caja de ritmos y con esa aceptación de que todos los buenos sentimientos mueren, en un arranque que, inevitablemente, genera interés, curiosidad y pide explorar más y más en el resto.

Pero si tuviera que destacar una pieza entre tanta grandeza, seguramente me decantaría por ‘Elastic diagnostic’, una especie de caída existencial donde la sombra de los Stooges adquiere dimensiones estratosféricas con ese zumbido sobrecogedor que se cuela hasta lo más íntimo, hasta incluso el alma. Es en canciones como ésta cuando te das cuenta que el punk puede poseer soul, mucho soul. 

Dion Lunadon

Ya en el ecuador del álbum, ‘Glass doll’ representa la tralla punk-rocanrolera más inclemente y despiadada, ideal para anticipar un ‘Too hard to love, too young to die’ que parece un remolino de garage y de sórdido hard-rock comercial de finales de los ochenta y principios de los noventa, o un ‘Nothing but my skull’ donde el punk-rock setentero de Detroit vuelve a marcar la pauta del exterminio existencial. 

Deliberadamente dejo para el final ‘Pink X’, pieza que camina —más bien se tambalea— en el lado oscuro, entre el reptil y el salvavidas, con el shoegazing influido por su anterior banda como marca de la casa, con un crescendo espectacular y con versos como «de la sangre brota la flor» en lo que podría definirse como una hermosa copla para perdedores.

Es precisamente en esa atracción hacia los que nunca lograrán el éxito masivo y comercial, pero dejan la impronta atemporal e imperecedera, donde se encuentra esta obra infecciosa, abrasadora,  deslumbrante, por momentos feroz, sucia, indómita y salvaje que, sin dejar de lado la emoción en sus melodías, posee las mejores virtudes de los Stooges, Suicide, Jon Spencer… Subamos el volumen, dejémonos atrapar, dejémonos de productos descafeinados, dejémonos de tonterías.


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