José Ignacio Lapido - A primera sangre

Críticas Discos

Lapido insiste en su lírica, su particular textura sónica y sus magníficas canciones.

No sorprende pues la lírica textual utilizada, ni tampoco ese sonido tenue y matizado de las guitarras, tampoco las notas acariciantes del Wurlitzer

Debo admitir que en este preciso momento, el de iniciar la redacción de la reseña del último disco de José Ignacio Lapido titulado «A primera sangre», me encuentro en un extraño estado de lapsus que inmoviliza un tanto mi capacidad no sólo de síntesis, sino también de locuacidad, elemento necesario para explicar los recovecos de este noveno álbum en solitario del muy atinadamente conocido también como «El poeta eléctrico».

No me resultó tarea sencilla el hacerme con el pulso – pausado, prudente, reflexivo – de este ramillete de canciones que nos ha ofrecido Lapido en su última obra.

Y no será porque los adjetivos aludidos en el párrafo anterior sean sustancias novedosas en la obra del granadino, y esto es así por mucho que nos queramos trasladar a los ochenta y a las soflamas, más rockeras y juveniles, de los ya (y por fin) míticos 091. Pues creo que todos ellos pueden servir para describir como parte de un todo la esencia de su arte (junto a otros adjetivos que tal vez citemos).

No sorprende pues la lírica textual utilizada, ni tampoco ese sonido tenue y matizado de las guitarras, tampoco las notas acariciantes del Wurlitzer, los mimosos rasgados a las cuerdas de la acústica y menos aún las inflexiones vocales y el reconocible fraseo de Lapido… ¿Qué fallaba entonces en aquellas primeras escuchas del mes de marzo y abril?.

José Ignacio Lapido
José Ignacio Lapido

Es posible que el encontronazo en vivo con estas canciones en Bilbao hace hoy justo un mes, y cuyas conclusiones intenté explicar lo mejor que pude en la crónica publicada a tal efecto y que pueden revisar aquí, tuviese bastante que ver con la conexión que empecé a sentir con Lapido y que había sido siempre una constante cuando de apreciar su música se trababa.

También la charla que el autor de «Cartografía» mantuvo con el compañero de otros medios Kepa Arbizu, en cuyas líneas encontré parte de la luz que me ayudó a tomar la senda correcta (cosa que tal vez no había logrado en un primer momento), entiendo que fue un elemento igualmente importante (pinchar).

Finalmente y tras estos estímulos extra, – aunque sigo sin conseguir pillar el ritmo preciso a este escrito – empecé a sentir en la epidermis lo que por regla general suelo percibir al contacto con las coplas de José Ignacio Lapido. Creo que enumerar las claves de las canciones, de la lírica y poética de este artista, sería caer en redundancias innecesarias, pero sumemos a los famosos adjetivos del segundo párrafo, la agudeza de criterio con respecto a lo cotidiano, esa facultad para sopesar la realidad de la vida, del pasar por el mundo como seres finitos, el saber entender y también explicarnos al resto, algunos pálpitos que llegan por sorpresa (o todo lo contrario) y que no siempre sabemos comprender, de hecho así le ocurre al maestro en «Creo que me he perdido algo».

Tal vez vivamos unos tiempos en los que lo cotidiano, y utilizo este término para referirme a la música que se factura en este siglo, nos golpea con mazas de previsibilidad, y a veces añoramos algo nuevo, algo que nos sorprenda como cuando éramos jóvenes (¿A ver si el problema va a ser que ya no somos tan jóvenes?). Sinceramente, en «A primera sangre» no van a sentir que la novedad estalle en sus oídos y menos en su corazón.

Pero si se olvidan de quimeras juveniles y entran en ese cuarto lleno de historias, momentos precisos, reflexiones, penares, recuerdos, esperanzas y algunas de las estrofas poéticas más bellas que se escriben en el rock patrio desde hace cuatro décadas, ese cuarto que algunos ya consideramos nuestro refugio y a veces el lugar donde perderse, les aseguro que se rencontrarán con el Lapido de siempre, y eso es una noticia tan buena, que para qué necesitamos cambios de rumbo en el devenir de la música. A veces lo bien conocido es tan apacible y cómodo que no se necesita nada más.

Unan a todo lo dicho algún tema que destaca por acoplarse al alma como las piezas de un tetris y que en mi caso (cada cual tendrá las suyas) podría resumir con el primer adelanto del disco «Curados de espanto» que ya adelantamos en su día en el Exile; el blues reptante, que me recuerda al gran Javier Teixidor, «Malos pensamientos»; la excepcional y favorita personal «Cuando no había nacido» o ese rock ‘marca de la casa’ titulado «Uno y lo contrario».

Terminamos, que empezaba esta reseña titubeante y he terminado dando vueltas y más vueltas a la misma hasta hacerla demasiado extensa. Menos mal que al principio me procuró ciertas dudas, porque al final estoy hablando del mismo sin poder frenar tanta cháchara, sospecho que tal vez abusiva. En resumen, que no hagan caso a las primeras frases de esta perorata y no tengan ninguna duda de que José Ignacio Lapido sigue siendo un grande entre grandes, y por supuesto también lo es en «A primera sangre», su último disco hasta el día de hoy.

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