Especial 60 aniversario del álbum ‘Another Side of Bob Dylan’ de Bob Dylan.
… el momento ideal de dar un nuevo empuje a un geniecillo del folk que acababa de cumplir 23 años y que se estaba convirtiendo en leyenda…
Hoy, 8 de agosto, se cumplen 60 años —nada menos y nada más— de “Another Side of Bob Dylan”, cuarto álbum del genio de Minnesota, y lo primero que se me pasa por la cabeza es el período histórico entre la grabación, con Bob estimulándose a base de vino francés de Beaujolais, tal y como cuenta la leyenda en la única sesión del 9 de junio en los estudios de Columbia, y el día oficial de la publicación en 1964.
Y es que en ese lapso de dos meses pasaron muchas cosas de trascendencia social e internacional, empezando por el día en que el dueño de un hotel en Florida, lleno de odio, rabia e irracionalidad, quiso quemar con salfumán a bañistas negros y blancos que protestaban por el segregacionismo racial, días después del enfrentamiento en ese lugar con Martin Luther King y pocas horas antes de las votaciones en el Congreso estadounidense sobre el Acta de Derechos Civiles y la posterior prohibición de la discriminación por raza, color, sexo, religión y nacionalidad que ratificó el Presidente Lyndon Johnson.
Fueron días de lucha social, con varios trabajadores del Congreso de Igualdad Racial secuestrados y asesinados por el Ku Klux Klan y con policías involucrados. Por su parte, mientras se incrementaban los muertos y desaparecidos en la guerra con Vietnam, también se libraban batallas campales sobre el racismo en Harlem a raíz de la muerte de James Powell, un adolescente afroamericano de 15 años por tres disparos de un agente.
Seis décadas después, algunas noticias actuales en ese país norteamericano siguen pareciéndose demasiado. Lo que no se va a repetir, aunque coincida el sofocante calor de estío, es la magna obra que nos ocupa, de la que supongo que los directivos encargados de la discográfica más antigua del mundo Columbia Records no valoraron el momento climatólogico ni tuvieron en cuenta la moda de un disco veraniego que, desde ese año, comenzó a impulsarse en Italia, sino más bien que, siete meses después de “The Times They Are a-Changin”, resultaba el momento ideal de dar un nuevo empuje a un geniecillo del folk que acababa de cumplir 23 años y que se estaba convirtiendo en leyenda.
Entrando al grano en el “otro lado de Bob Dylan”, poco que decir que no se sepa. Hasta incluso no me extrañaría que se tuviese conocimiento de lo que Bob comió aquel 8 de agosto, de cada paso que dio o, incluso, del color de sus calzoncillos. Por eso prefiero hacer un ejercicio inicial de memoria y recordar cómo lo descubrí. Fue después de “Bringing It All Back Home” y de “Highway 61 Revisited”. Realmente toda la culpa fue de los Byrds, concretamente un “Greatest Hits” que me tuvo loquísimo y enganchadísimo.
Eran tiempos donde lo que interesaba a nivel musical no estaba a tiro de puntero informático, donde la exploración y rastreo tenía mucho que ver con tirar de la manta —del vinilo de turno—, en este caso sabiendo que las armonías y la Rickenbacker de la banda angelina de Roger McGuinn tenía como punto de partida al de Duluth, del que adaptaron exquisitas melodías como “All I Really Want to Do”, “Spanish Harlem Incident”, “Chimes of Freedom” o “My Back Pages”. Bastantes años después me enteré que “Mr. Tambourine Man” fue un descarte del “Another side of Bob Dylan”, cedida a los Byrds que la grabaron unos meses antes que Bob en su siguiente álbum del 65.
Tras la ruptura con su novia Suze Rotolo, a quien le dedicó la pieza más extensa “Ballad in Plain D”, abre el disco la mencionada en el párrafo anterior “All I Really Want to Do” , que parece estar inspirada en su relación con Joan Baez o, incluso, con Nico, la cantante de los primeros Velvet, que le acompañó en una gira previa a la grabación, con detalles que parecen parodiar las típicas relaciones de amor, mostrando rechazo hacia la tradicional posesión machista y donde deja claro que se aleja de la canción protesta pura y dura, aunque mantiene una lírica sumamente elaborada, detalles que se visibilizan mayormente en el colofón “It Ain’t Me Babe” que un año después versionaría con gran éxito Johnny Cash.
Seguramente el tema de este álbum que todavía más encajaría con la canción protesta que le caracterizó anteriormente sea la apocalíptica “Chimes of Freedom”, fabuloso himno de solidaridad con los oprimidos, mientras que “My Back Pages” es la que más se aleja de aquel proselitismo social. En cuanto al recurrente tema del amor, alcanza grandes profundidades poéticas en el breve y dulce romance de “Spanish Harlem Incident”, en la inconmensurable “To Ramona”, e incluso también en la más dolorosa «I Don’t Believe You (She Acts Like We Never Have Met)».
Me sigue pareciendo una extraordinaria joya oculta el blues tradicional de “Black Crow Blues”, donde su habitual desnudez vocal con armónica y guitarra es sustituida esta última por piano. El amor por el blues o el folk clásico, heredero de Lead Belly o Woody Guthrie, se percibe en esa especie de improvisación surrealista blusera que es “I Shall Be Free No. 10”, con menciones en tono sarcástico al boxeador Cassius Clay o al senador republicano Barry Goldwater.
Punto y aparte para “Motorpsycho Nitemare”, basada con mucho humor e ironía en la película “Psicosis” de Hitchcock, con menciones a Tony Perkins y a la escena de la ducha, e incluso a “La Dolce Vita” de Fellini o a Fidel Castro en los tiempos en que Cuba era considerado como gran país enemigo.
Pues eso, interpretaciones de una lírica abierta, que puede no sean del agrado de uno de nuestros haters/trolls favoritos que en los últimos tiempos parece estar más amargado mentalmente que nunca con sus comentarios cargados de resentimiento contra los miembros del Exile. Sea como fuere, la grandeza del otro lado de Dylan está por encima de él o de cualquiera de nosotros.
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Gracias por el artículo. Lo importante es la música y a los troles, que les den!