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Especial dedicado a ‘Tomorrow The Green Grass’, tercer álbum de The Jayhawks, publicado el 14 de febrero de 1995.

… una cima inalcanzable para la banda y para la mayoría de los elepés paridos en los años noventa. Ya les gustaría a Bruce Springsteen o John Mellencamp —seamos malos— haber hecho algo igual aquella década.

"¿Dónde están todos mis amigos? 
Todos han desaparecido.
Quizá vuelvan algún día.
Tú eres todo lo que había allí." 

Los cuatro primeros versos de «Blue» nos introducen sin ambages en sus tres maravillosos minutos de tristeza, prólogo de guitarras acústicas en lo musical a las que se suman con la máxima elegancia bajo, piano y batería tras ser pronunciada la última palabra. Empezar un álbum de una manera tan refinada y perentoria eleva la exigencia a niveles difíciles de conquistar.

Pero los Jayhawks de «Tomorrow The Green Grass» (1995) se comen el mundo al igual que se lo habían comido en su anterior «Hollywood Town Hall«. Mark Olson y Gary Louris entregan una colección de canciones impactante por su belleza y cuya ejecución no podía ser mejor: sus voces y guitarras, las teclas de Karen Grotberg (nueva en el convento), las cuatro cuerdas de Marc Perlman y la batería de Don Heffington (músico de estudio) bordan cada nota y cada ritmo.

jayhawks tomorrow the green grass
The Jayhawks en 1995

El pop, el country, el rock americano tradicional e incluso la electricidad cruda aprendida de Neil Young (que se lo digan a «Miss Williams’ Guitar», «Real Light» «Ten Little Kids») son servidos en trece raciones perfectas, una de las cuales es una lectura del «Bad Time» de Grand Funk, lo que muestra la apertura de miras del grupo.

Mientras las melodías y las armonías nos enardecen, sorprendidos porque no haya ni un solo desliz o mácula, gozamos asimismo de los invitados a la grabación cuando su presencia es requerida: Benmont Tench y su órgano, Greg Leisz (escrito Leese en los créditos) y su pedal steel, Lili Haydn y su violín y viola, Tommy Rodgers y su violín, Victoria Williams y Sharleen Spiten y sus coros, y la guitarra del (magnífico) productor George Drakoulias.

Y así llega el final. Entre «Blue» y «Ten Little Kids» hemos asistido a tres cuartos de hora de música soberbia, la emoción continua y sostenida de una gran obra maestra que significará la marcha de Mark Olson y una cima inalcanzable para la banda y para la mayoría de los elepés paridos en los años noventa. Ya les gustaría a Bruce Springsteen o John Mellencamp —seamos malos— haber hecho algo igual aquella década.

* Este artículo fue publicado por su autor en Ragged glory y recuperado ahora por el 30 aniversario y por su plena vigencia.


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