Críticas Discos

Fijarse si uno estima la obra, arte y estilo de este sinpar artista que sigue viviendo (y a pies juntillas) en el autoengaño de que escondido entre los surcos de  «Metal Machine Music» coexiste un disco magistral de Lou a la altura de sus mayores cimas y que, ex profesamente, solo puede escucharse a unas r.p.m muy -MUY- concretas (sin duda alguna con nanomicradecimales, que lo quiso así el bendito cabronazo). Dicho disco será al fin como el «Da Vinci Code» del rocanrol y cuando de aquí un porronazo de décadas algún «novelista de aeropuerto» haga la novela pastelera y, posteriormente -al poco-, el sicario despersonalizado de Hollywood de turno la peli/blockbuster chusca a juego, podré gritar de una maldita vez: «Siiiií, coño !… Lo sabía !!»… De mientras en cualquier caso, aquí y hoy (y con permiso de, por ejemplo, Moore y Ranaldo que son fans de esa algarabía imposible en cuatro actos), nos quedamos en y con Coney Island, babies. Y no es que deje de creer en mi teoría sobre el «MMM» de la narices, ojo, es solo por si acaso… Quede ello clarinete.
Conviene apuntar, de salida, que «Coney» (omito la isla y el beibe)  es en efecto uno de los «elegidos». Uno de los discos por mi más queridos dentro de un opus ciertamente extenso, a su vez firmado por un top-3 inamovible desde el año el anacardo en las cuentas propias, si a músicos que firman su obra en solateras mode nos ceñimos. Que se intentará, por supuesto, pero pienso queda con ello cristalino en la apertura que el término «objetivo» las pasará como bastante putas en este texto… Y es que, arranquemos, no salía mal parado el iracundo bardo neoyorquino al hacer recuento de sus primeros steps post-velvet: un primer disco sin fuegos de artificio pero que funcionaba bien (lo de «apuntaba maneras» que se dice -aunque algo más que eso para mi-), un segundo que es el célebre y glamoureante encontronazo con el par de inglesitos que te dije (y sobre el que mejor no pararnos que se termina el día) que ya le puso «on the top», el respeto de la crítica especializada con el eterno e inesperado junkie-folletín berlinés, sin olvidar (cómo hacerlo) lo icónico de un «Animal» que daba buena (y directa) cuenta de una breve – pero incontestable- parte del glorioso y aterciopelado legado, y … Y entonces, ay (sí), llegaron Sally (que tiene su guasa colarse por vez primera en los top-10 de los chards con este) y la triple y cacofónica -y celebérrima- M (el chiste es fácil, sí, no seamos burdos please…)… Que aunque, al menos, en base a lo primero -tinte pelo-pollo included- se puede llegar a comulgar con que la inquina y mala leche a la que fue expuesto nuestro protagonista del día fue/és como un poco desbordante (que hasta a escritos y reseñas de estos nuestros days llegan los impresos desplantes -y por lo ingrato en la perspectiva general lo de «desbordante» , básicamente-), resulta evidente que, por vez primera hasta entonces, Lou (por la razón que de la gana mentar/argumentar) nos había andado claramente y sin debate valedero hacia atrás… A qué negarlo.
Llegados a este punto me recuerda la situación en que habitaba Reed entonces, de cara a críticas y acepciones populares, al argumento de una de aquellas horribles pelis de kung-fu de hace tanto… Los malos (crítica/público, extrapolando), que están a la greña, le miden el lomo al chico del folletín que lo cuenta por poco no lo que sigue… Tras prudente convalecencia (donde trabajará de camarero en El Pato Laqueado, repartidor de truchas en el mercado local  o algo similar), los malvados vuelven para, en esta ocasión, ahostiar a sus seres queridos (el sacrosanto legado/pasado en la nueva extrapolación, por el que se pasa al músico de «intocable» a «debatible» para algunos -«¿era tan genial realmente?», puestos a analizar los canallas y, por ende, ¿dónde el respeto por la incalculable grandeza previa?-)… Pasa nada, claro. Justo aquí es cuando el chico decide entrenarse en el noble arte del sopapismo collejero ilustrado para, a posteriori y ya en el acto postrero, liarse a repartir mantecaos hasta que lo mínimamente razonable queda ya tan lejano que no hay telescopio con arrestos a enfocarlo… Y fin. Por supuesto para el caso nos ocupa, volviendo ya con Lou a full -y menos pendejadas, sí-, lo mejor de todo es que con nuestro tipo, nuestro tan añorado NY Man, no hay/hubo entreno ni soplapollez intermedia que valga en este bonito y rocanroleante cuento de los mid 70’s… Tal es su sobradez. Ese tono (bendito y glorious) de «Coney», ese de: «puedo hacer uno como este a la semana pero es que no me sale de las glándulas seminales y tal» és , me resulta a mi vaya, de aplausos hasta la autolesión. Tal cual… ¿Qué no os gustó Sally y os sentistéis engañados con MMM?… No problem. Nos volvemos al parque de atracciones babies y tan amigos.
Y es que «Coney Island Baby», mediante un harto pronunciado recuento de bondades pasadas aquí «arrejuntadas», empieza a ganar desde que el disco sale la funda. Es así de cabrón… y engañoso. Pues tras esa ligereza, enorme y tan adictiva, de su inicio -con guitarrilla hawaiana included- de los «Crazy fellings» de la mano con la inmediata y muy «transformera», hasta con sus coros y todo, «Charley’s girl» puede hacer pensar al incauto que no es «Coney» sino un disco de pura y dura resaca arty (tras la paja mental de la triple M) con el mero fin de contentar al personal y, sobretodo, hacerlo rápido… Un brindis al sol a mayor gloria del genio y al contentar de todos en general, si se prefiere. Error, según lo veo. Entendible, sin condescendencia reprobable a mediar (ruego se quiera entender el asunto, sin más), pero error al fin. Este disco es mucho más que un par de canciones inferiores a los tres minutos, por famosas y buenas sean y resulten, a principio de disco. Volvemos al concepto «arrejunte de registros» que siempre considero el principal activo y valor de tan suculento botín aquí… Botín que, por tener, hasta tiene su cover velvetera propia (estaríamos buenos) en esta formidable lectura de «She’s my best friend» que se acelera sin prisa, ni lo otro que valga, hasta esas partes de guitarra descomunales del tramo final y se descubre al fin que, además de la diversidad, con esta álbum estamos ante un tratado de sutilidad guitarrera de muy, MUY, difícil encontrar… Aquí no hay arpegios a tres mil por hora de esos de mera práctica hasta la tochorra mimetización de gimnasio, no… El trato, el cariño (por qué no), que se da a la eléctrica (que no solo al tema titular -y final a la par- se limita el asunto, al tanto) es un vademécum, un tesoro, del que (sin ir más lejos) unos jovenzuelos vecinos le tomarán buena nota  para su «Marquee moon» en un par de añitos (hay ejemplos mil, sin duda, pero ninguno tan intocable para mi). En cualquier caso Lou despide la primera ronda de andanadas con unas «Kicks» que mezclan más punteos dorados, base jazzística de manual y, ya puestos, perifolla arty (con ese ambiente en segundo, pero tan presente, plano auditivo del personal), quedándose tan ancho en el proceso.
La B side se arranca con la tan reposada como emblemática «A gift«. Más alquimia en el buen uso de las seis cuerdas y lo tan manido y cachondo del «soy un regalo para las mujeres de este mundo» (que además: «como el buen vino, mejora como más viejo» y tal, que nos suelta el tío por ahí en medio). «Ooohhh Baby» es puro Dylan de esa época en su registro más acelerado (antes del glorioso asoulamiento de la street) pero a la manera de Lou… Vivaracha antesala de estos «Nobody’s Business» que es el blueseo (urbano para el caso y cómo no) del disco… Donde, atención, a la nueva demostración de sutilidad guitarril se nos suma para la ocasión otra de sutilidad «percusionada», apenas susurrada… aunque esa parte (casi final) guitarra-bajo… Joder, sí, otro de los incontables y putámicos secretos que pueblan la nunca plenamente abarcable herencia del genio. Finalmente, llegamos a la inalcanzable y mítica «Coney Island Baby«, la canción,of course… Y qué pena me da siempre el pensar que, si no lo han corregido de una puta vez, los del Allmusic no consideren ningún disco del Reed en solitario digno de las cinco estrellitas… qué lamentable/s queda/son. Daría risa el tema si no fuese tan ominoso (lo de la vergüenza ajena, vaya). Siendo lo más cicatero y cabrón que puedo no veo como quitarle del mínimo la media docena de «masterpieces absolutas que te mato si las chistas ni de lejos» al Lou en solateras mode… Para el caso con esta canción que, amén de lo tan cojonudamente envuelta/precedida que viene (no ninguneen ninguna de las siete paradas previas jamás, please), por si sola es un trescientos millones sobre diez. Lo ponía no hace tanto en cierta red social y lo he repetido durante este texto de una u otra forma pero, ciñéndonos ya de pleno a este tema: «Tratado universal de la sutilidad adherida a la eléctrica»… Esto es así. Los escucharemos más rápidos, más altos y hasta más virtuosos, pero, para servidor, ningun punteo de guitarra eléctrica duele y lo atraviesa todo (piel, carne y alma) al nivel de lo que este fascinante e inolvidable hijo de la grandísima manzana dejo aquí improntado para la historia… Fuck U Allmusic, cinco jotas, treinta tenedores y todas las estrellas que vea en el cielo la próxima vez que vaya al campo para el tan recontracojonudísimo «Coney Island Baby» del sinpar Mr. Reed.
 


Lou Reed – Coney Island Baby (1975) : 10/10
 01. «Crazy Feeling»/ 02. «Charley’s Girl»/ 03. «She’s My Best Friend»/ 04. «Kicks»/ 05. «A Gift»/ 06. «Ooohhh Baby»/ 07. «Nobody’s Business»/ 08. «Coney Island Baby».

Por Guzz

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7 comentarios

  1. Quizá viva yo también en ese autoengaño del que hablas en el primer párrafo, je je je. En cuanto a "Coney Island Baby" no lo veo yo tan enorme como "The Blue Mask", "New York" o "Street Hassle", pero reconozco las virtudes que glosas y la impagable emoción del tema que le pone título.

    Un abrazo, Guzz. (All Music te ama.)

  2. Post de esos de tatuarse en la nalga… bueno no, que usted se enrolla mucho… je je… Post acojonante, marca de la casa y sé que sabe perfectamente usted, Don Guzz, que este es uno de mis discos favoritos de Lu Rit. Sé que no es ni de largo su mejor trabajo pero yo lo adoro. Al disco y a Lou, bueno, y a usted bien afeitado. La canción que da nombre al disco siempre me deja el corazón descuajaringado…. I'm a Coney Island baby, now. I'm a Coney Island baby, now…. Co-ney-Is-land-baaaaaaaaaaaby.

  3. Como Gonzalo me identifico con el primer parrafo, solo que yo tras años de preferencias por Berlin entre cuantas magnas obras nos ha regalado el de Coney Island, ha sido tras su muerte y la última sangría emocional que mi organismo pudo soportar de la escucha de la epopeya de Caroline y Jim deserte de tanta contaminación y dolor y me pase al que tan magistralmente diseccionas, yo también le doy un 10/10 a Coney Island Baby.
    Un abrazo.

  4. Pues a mi este disco me encanta desde siempre, y es curioso pero a mi me engancha por los dos primeros temas, y luego por si fuera poco en el tema que da título al disco ya me corro como en una gran orgía… impresionante.

    Abrazos truferos.

  5. Pues si. Una joya de Lou tras la tempestad del Metal Machine….

    A Gift es una delicia. Y la pieza que titula la obra una cima.

    Pero curiosamente me pasa como Gonzalo. Lo situo pelin por debajo de The Blue Mask, Street Hassle, New York o Transformer. Aun asi, fantastico disco.

  6. Hoy creo que lo retrasaria en el ranking, aunque sin duda estuvo muchos años entre mis favoritos. Ese inicio heredado de Transformer con el you're the kind of person I've been dreaming of …. lo he llevado dentro durante años. Hoy si a lo mejor un poco mas atras. Berlin, New York, Transformer, The Blue Mask, Magic and Loss…. Hay tanto donde elegir!

  7. Me vuelve loco este disco, es no se por qué extraña razón mi favorito. estoy totalmente de acuerdo con usted, tiene unas cuantas pom el genio de NY. Pero hay algo sublimente dulzón en este disco, vacilón, suave y duro, a lo Burning que me pone. Y me ponen muchos sus odas a estas rodajas de placer sonoro. Y las campanitas, ay las campanitas del Crazy Feeling…. Abrazos varios genio!

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