Cuando el pasado verano me enviaban por whatsapp la noticia de que los Long Ryders iban a venir de gira con su formación original una especie de escalofrío recorría mi espina dorsal mientras la más pequeña de mis princesas, allí presente, se quedaba perpleja sin entender los motivos de aquel guiño y de aquella simultánea sonrisa de oreja a oreja dibujada en el rostro. Oportunidad histórica, aquel grupo americano de los ochenta que había formado parte intensa en mi banda sonora vital volvía a cruzarse en el camino. Con aquella reunión del 2004 que no pudo ser y que los llevó por otras ciudades pensé que este tren había pasado definitivamente y, sin embargo, aquí estaban, una década después, en la encrucijada.
Velada del 5 de diciembre del año en curso en la Sala El Loco de Valencia. Ellos, los Long Ryders, sacaron sus pistolas. Y nosotros, los privilegiados asistentes, nos pusimos a cabalgar ilusionados en los lomos de su música, esa que campaba de forma polvorienta entre la herencia de Hank Williams, Bob Dylan, Buffalo Springfield, Neil Young o The Byrds, con ramalazos powerpoperos entre Big Star y Flamin Groovies, o punk-rockeros de los Clash, entre otros. Y allí, casi sin darnos cuenta, más de uno nos sentimos protagonistas secundarios de algún film de John Ford, Sam Peckinpah o muy especialmente de Walter Hill.
Foto cortesía de Perrín Muchacho Bass
Es muy posible que esos momentos, en pleno ardor y entusiasmo del recital, no resultasen idóneos para recordar aspectos tales como que a aquella música que recuperó las raíces americanas de una forma alternativa y novedosa, la que se gestó en tiempos de un obtuso Ronald Reagan, encuadrada en la corriente conocida como Pasley Underground, aka Nuevo Rock Americano, le tocara competir con abundantes propuestas a uno y otro lado del océano, bastantes de las cuales han quedado hoy obsoletas. Ahora, en líneas generales, visto lo visto y teniendo en cuenta el llenazo de la sala parece claro e indiscutible que aquella banda que en su día fue de las llamadas «de culto» ha encontrado el impulso necesario y merecido a destiempo gracias al fomento vía Internet donde todo es más accesible y, muy especialmente, a la influencia sobre abundantes bandas posteriores que han reivindicado o catalogado a los Long Ryders como fundamentales. Por tanto la música que unió a Sid Griffin, Stephen McCarthy, Greg Sowders y Tom Stevens es de las que envejece bien. A los hechos y a su legado me remito.
Foto cortesía de Paco Evánder
Durante esta romería ochentera no faltó ninguno de los cuatro santuarios de los Long Ryders. Más de veinte ultramegatemazos entre el casi medio centenar de un patrimonio sin fisuras. Cualquiera de las que no estuvieron podría haber estado pero con las que hubo resultaba difícil echar de menos alguna aunque todo sea dicho, el que suscribe hubiese deseado con ahínco al menos dos de la talla de “Here comes that train again”, o sobre todo “For the rest of my days”.
Vamos con el setlist si no falla algún dato, sobre una herencia imperecedera que se gestó a lo largo de cinco años, entre el 83 y el 87.
Del EP de 1983 “10-5-60” la que daba título al mismo, “I don’t care what’s right, i don’t care whats wrong” y esa inmensa gema de pop-rock americano con ramalazos psicodélicos llamada “And she rides”.
El “Native sons” del 84 fue el que más sufrió este sagrado peregrinaje. Con “Tell it to the judge on Sunday” se abrió el telón y aparecieron estos forajidos de leyenda, con “Run dusty run” se oyeron a los caballos relinchar y trotar mientras que con “Ivory tower”, “Too close to the Light”, “Final wild son”, “Sweet mental revenge” y muy especialmente con “I had a dream” se vivió la culminación de un sueño.
Foto cortesía de Perrín Muchacho Bass
Del “State of our union” no faltaron a la cita unas sorprendentes lecturas en vivo de “Capturing the flag”, “You just can’t ride the boxcars any”, unas lindezas de alto copete como “Lights of downtown”, «Years Long ago» o himnos atemporales como la que daba título al disco del 85 o un “Looking for Lewis and Clark” que encontró la absoluta complicidad del respetable en el estribillo de ese “…i said a Louie-Louie Lou…”
Del discazo del 87 “Two fisted tales” desfilaron enormes perlas como “A stitch in time”, “Gunslinger man”, “Man of misery” o “I want you bad”, la inolvidable versión de NRBQ, ese flechazo que siempre emociona al que suscribe. Y junto a todas ellas dos versiones de nivel como el «I can’t hide« de los Flamin Groovies o el «Have you seen her face« de los Byrds.-+++++++
Energía, inmediatez, descaro, rebeldía, pasión, sus grandes estribillos, sus riffs guitarreros, sus fantásticas melodías, el rock ‘n’ roll. Los Long Ryders siempre sonarán en las extensas y desérticas carreteras americanas, entre un número de fans fieles y entre otros que se han ido sumando o que se sumarán a una causa merecida. Quizás esta gira haya sido la última oportunidad de subirse al tren de sus directos pero nunca será demasiado tarde para subir al tren de la grandeza que atesora su discografía. Mención especial a los temas en que el bajista Tom Stevens llevó la voz cantante, más eclipsantes a mi gusto que algunos del carismático Sidn Griffi o del guitarra y también vocalista Stephen McCarthy. No creo que haya sido el mejor concierto de los Long Ryders ni mucho menos el mejor concierto de esta temporada pero ha sido histórico y pudimos vivirlo. THE LONG RYDERS!!! * Publicado también en Espacio Woodyjaggeriano.
que envidia
Histórico, María del Carmen, memorable. Gracias por comentar.