Garth Brooks en uno de los cinco conciertos ofrecidos este septiembre en Dublin.
Bastaba con pasear por las calles de Dublín, tomar una pinta en cualquiera de los pubs que jalonan la ciudad o sentarse en algún parque para observar que había un ambiente muy determinado en todas sus plazas y terrazas.
Los músicos de los pubs dedicaban algunos momentos de su intervención a interpretar canciones country de un determinado autor, de Garth Brooks. En los autobuses y avenidas los sombreros de cowboy coronaban muchas testas con rostros luminosos de ilusión. Era evidente que la secuencia de cinco conciertos que el de Oklahoma estaba ofreciendo en la capital de la república de Irlanda marcaba el ritmo y el paisaje de la ciudad.
El gigantesco y mítico, aunque no demasiado atractivo, Croke Park era La Meca a la que miles de personas (hasta ochenta mil) peregrinaban en busca de una ceremonia inaudita que sonaba a última oportunidad, el ambiente era de euforia y nerviosismo y el incresccendo era evidente desde varias horas antes del comienzo de show.
Los oriundos y los forasteros parecían pegados a las barras y mesas de los pubs y el concierto tuvo que esperar hasta que todos estaban reunidos ante el gigantesco escenario, que con los colores de la bandera de Irlanda y con el tema de idéntico título sonando tímidamente anticipaba la aparición de Garth Brooks en medio del escenario.
La llegada de este desató la euforia y el escenario brillaba y rugía mientras los acordes de «All day long», tema de su disco «Fun» de 2020 daban inicio a un show que era un éxito desde antes de dar comienzo.
Brooks lucía una buena forma física y articulaba las primeras canciones con una voz un tanto engolada que poco tardó en encontrar su tono y color para lucir vibrante y cálida durante todo el concierto.
Es de cajón que la época de gloria de Garth Brooks tuvo lugar durante los últimos coletazos de los ochenta y la primera mitad de los noventa, cualquiera que haya escuchado cualquiera de sus discos en vivo de aquellos mediados noventa habrá encontrado muy pocas diferencias con el set ofrecido el pasado 16 de septiembre.
Los primeros instantes estuvieron marcados por un sonido un tanto saturado, como una especie de muro sónico en el que era complicado separar el sonido del fiddle, del pedal steel guitar o de la guitarra, pues todo parecía un bloque uniforme y poco delicado que servía únicamente para arropar la voz del protagonista de la noche.
Pero poco a poco y en especial a partir de la celebérrima «The Thunder Rolls» los músicos fueron encontrando su sitio y el country fue haciendo acto de aparición, aunque de un modo un tanto liviano.
Aunque para ser francos, hay que decir que momentos pletóricos, intensos, íntimos, nostálgicos, gamberros, hilarantes o románticos hubo y en cantidad. Como decía más arriba, el set fue de sota, caballo y rey, fueron cayendo todos los clásicos para delirio de una parroquia que estaba entregada a Brooks desde primera hora de la mañana.
Así de su homónimo debut de 1989 sonaron las egregias «If tomorrow never knows», «Much too young (to feel this damn old)» y la preciosa «The dance» con que terminaba el primer tramo antes de los bises. Del superventas «No fences» de 1990 no podían faltar, además de la mentada «The thunder rolls», «Two of a kind, working on a full house», «New way to fly», la contagiosa y uno de los momentos álgidos de la noche «Friends in low places» y «Unanswered prayers».
Otro de los grandes multiventas de Brooks fue «Ropin’ the wind» en 1991 y no faltaron «Rodeo», la versión sobre el original de Billy Joel «Shameless» o «The River», así mismo escuchamos la exitosa y coreada unánimemente «We shall be free» y «That Summer», ambas extraídas del álbum de 1992 «The Chase». Un favorito personal es el elepé «In pieces» (1993) del que ofreció otro de sus éxitos más country-rock como es «Standing outside the fire», la marchosa aunque un tanto desinflada «Aint going down (Till the sun comes up)» y «Calling Baton Rouge».
Si bien con este set ya tenía bastante para contentar a la numerosísima parroquia reunida en Croke Park, lo cierto es que todavía despojó algunas perlas más como «The fever» y «The beaches of Cheyenne» del disco de 1995 «Fresh Horses»; «Two piña coladas» de «Sevens» (1997) o «Shallow» del cancionero de 2020 «Fun» que interpretó junto a su esposa Trisha Yearwood.
Cuando parecía que aquello terminaba volvía en solitario al centro del escenario para ofrecer un popurrí de versiones de grandes éxitos del pasado compuesto por «Piano man» de Billy Joel, «Rocket man» de Elton John, «Perfect» de Ed Sheeran y «American pie» de Don Mclean para la que contó con el coro de los ochenta mil asistentes y tras la que dio por terminado el show.
Algunos podrán pensar, y tendrán razón, que el concierto podía haber hecho un mayor hincapié en sonar al country que estas canciones llevan dentro, otros aludirán a un exceso de efectismo lumínico y grandiosidad escénica, otros a un posicionamiento demasiado pop-star… pero me da la sensación de que lo visto era lo que la gente quería ver, un espectáculo basado en la figura de Garth Brooks, un tipo con carisma y una gran voz, cercano y accesible, que conecta con el público incluso cuando es masivo, que porta un setlist que ataca a la nostalgia colectiva y capaz de montar una fiesta a la que si te apuntas (cosa que yo hice) era seguro que el disfrute estaba garantizado, por lo tanto podemos decir que el objetivo se cumplió sobradamente y que lo pasamos de puta coña con Garth Brooks y su pomposo espectáculo country-pop.
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