Reseña y crítica de ‘El Perro Andaluz’, el álbum de Lagartija sobre el poemario surrealista de Luis Buñuel.
… si alguien en este país podía aventurarse a emprender tamaña iniciativa y salir triunfante de la misma, esos son ellos, cosa que debería ser reconocida unánimemente tanto en ámbitos musicales como entre aquellos que están más íntimamente relacionados con el de Calanda…
En la recta final de casi todos los años saltan a la palestra algunas publicaciones musicales de considerable nivel que, injustamente, son ninguneadas en las listas de lo mejorcito de la añada correspondiente por la vorágine de esas fechas del calendario o porque cada vez se confeccionan más tempranas —a este paso cualquier año se verán incluso después de verano—. Así, sin meditar en exceso, me vienen ahora a la cabeza los casos de Pigmy en 2020 o de Cracker en 2014.
De este 2022 me parecería una injusticia tremenda hasta clamar el cielo que, antes —y también después— de los turrones, de las cenas familiares o del Gordo de Navidad, pasara desapercibido y no se le prestara debida atención a ‘El Perro Andaluz’, el decimocuarto álbum de los granadinos Lagartija Nick y, concretamente, el ulterior a los gloriosos ‘Cielos cabizbajos’ de 2019.
Y digo eso porque nos hallamos ante una obra extraordinariamente arriesgada, dedicada al poemario surrealista del genial Luis Buñuel que no llegó a publicar en vida, con título casi idéntico al legendario cortometraje ‘Un perro andaluz’ que contó con la colaboración en el guión de Salvador Dalí y que, hoy por hoy, sigue impactando por su carácter transgresor hasta el punto de ser considerada como gran obra maestra del cine surrealista.
Del homenajeado, menospreciado por el franquismo y el conservadurismo más rancio durante los últimos ochenta y tantos años, sabemos mucho —o poco o nada, dependiendo con quien nos topemos— sobre su fascinante e inmenso legado fílmico, repleto de ángulos, de simbología surrealista, de obsesiones, de tentaciones o debilidades humanas, e incluso de disimulada ironía. En cuanto a su obra literaria, repleta de versos misteriosos, oníricos y embrión de lo que tenía que llegar, se reduce muchísimo más ese conocimiento popular. En esa faceta es donde ahonda el combo granadino formado por Antonio Arias (vocalista y bajo), Juan Codorniu (guitarra), Eric Jiménez (batería) y JJ Machuca (teclados).
A tenor de lo escuchado en el álbum tantas veces como han sido necesarias —y las que quedan si no hay fuerza mayor que lo impida—, creo que si alguien en este país podía aventurarse a emprender tamaña iniciativa y salir triunfante de la misma, esos son ellos, cosa que debería ser reconocida unánimemente tanto en ámbitos musicales como entre aquellos que están más íntimamente relacionados con el genio de Calanda.
Además, no solamente sirve para comprobar la espectacular regularidad del soberbio período de madurez en que se halla Lagartija Nick desde ‘Crimen, sabotaje y creación’, sino también para cerrar una especie de trilogía después de haber rendido tributos a contemporáneos de aquella audaz y vanguardista Generación del 27, como José Val de Omar o Federico García Lorca, y que en este caso comenzó a engendrarse desde que en octubre de 2017 realizaron una performance en el Festival internacional Abycine de Albacete, poniendo música en directo a un montaje de imágenes pertenecientes a obras de Buñuel.
Con las avanzadillas ya pudimos obtener cierta idea del disco, la de una asociación poética y rocanrolera a través de imágenes impactantes, sueños, visiones… Al período pre-surrealista entre 1927 y 1929 pertenecía el texto de la primera ‘Me gustaría para mí (Las libélulas)’, una pulcra y luminosa melodía que nos permite imaginar la sonrisa, los cabellos o los pensamientos de una muchacha de quince años.
Otra de ese lapso temporal acentuó el imaginario visual de contrastes. La fecundación entre restos de estrellas con menciones a cabellos, chinos, fantasmas, miradas… En ‘Al meternos en el lecho’ los suficientes quedamos prendados, atrapados y expectantes sobre todo lo relacionado y lo que se avecinaba, máxime con ese añadido folclore aragonés de pianos, mandolas y la incorporación del canto de ánimas de Las Hurdes.
Ya metidos en la harina de esa órbita buñueliana, llegó el turno de un poema rebosante de metáforas que data de 1929, con la religión en primer plano, una ‘Bacanal’ de placer con el martirio de San Bartolomé que “como se supo después era un fauno” y que, en algunos detalles, pueden verse señales de ‘La edad de oro’ (1930) o de ‘Simón del desierto’ (1965).
Con una locución del mismísimo Buñuel hablando del blues, del jazz y de la síncopa, nos introdujimos en ‘Pájaro de angustia’, claramente uno de los cortes más asombrosos, épicos e impactantes del disco, donde se incorporan aspectos que relacionan el deseo y la muerte entre referencias al legendario lagarto marino plesiosauro, a la ópera ‘Tristán e Isolda’ del alemán Richard Wagner, al galope de bisontes en celo, a diálogos de amor entre acordes delirantes… y en el que se añade el plus de la guitarra flamenca de Edu Pacheco hasta lograr un crescendo altamente emocional e inquietante con esas cabrillas de los Alpes conducidas por los monjes que podrían evocar el lenguaje visual de la hipocresía en el final de ‘El Ángel Exterminador’ (1962).
Cuando ya pensábamos que no quedaban más adelantos de ‘El perro andaluz’ llegó el repóker (de ases) con ‘Una jirafa / Undécima mancha’, cuyo texto de origen es de 1933 a partir de un proyecto con el escultor suizo Alberto Giacometti y el escritor André Breton, y que contiene un espectacular y melodramático cóctel entre el espacio y el tiempo, con las manchas de la jirafa como protagonistas del poema, con certeros instrumentos de viento como acompañantes y con referencias a la Masada del Vicario, una de las propiedades de Buñuel en su localidad turolense de Calanda.
Y por fin se nos han sumado los cuatro cortes restantes. Mientras que ‘Palacio de hielo’ muestra la vertiente más radical desde su certera ubicación de inicio del cofre buñueliano, acaso porque ahí ya aparece la legendaria escena de la mutilación de los ojos, ‘Polisoir milagroso’ es la melodía más popera, podríamos decir kinkiana, aunque exista un trasfondo de gotas de sangre, de agonía y de salvación.
Nos quedan ‘No me parece ni bien ni mal’, con mayor carga de folclore, cabalgando entre la muerte, el lodo de los caminos y las bestias que copulan en los atardeceres, así como el colofón interplanetario y gravitatorio ‘Olor a Santidad’, entre la experimentación, el vértigo, la aceleración y el vacío. De pelopunta ese broche de “sentir la entrada de la muerte, de mi muerte, que era como la primera sonrisa de un niño.”
Realmente tiene mérito, muchísimo mérito este ‘perro andaluz’ con esa conjunción inconformista de rock alternativo, poesía liberadora e imágenes perturbadoras que, por cierto, podrían verse resumidas en el estupendísimo collage de la portada a cargo de Alfonso Puyal.
Estamos, pues, ante un disco diferente, de los de oir y escuchar, de los que crecen y crecen a través de sucesivas audiciones hasta hacerse adictivo. No es moco de pavo su resultado tras musicar cada verso dentro de un conjunto cultural de disciplinas artísticas que no se rigen por modas ni por contenidos vulgares e insustanciales, y que dan más orgullo y sentimiento de país que cualquier bandera o himno.
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