En Woodland, Welch y Rawlings, vuelven a maravillarnos con sus delicatessens sonoras, repletas de belleza y tradición.
De vez en cuando vuelvo a mis discos de cabecera. Suele coincidir con un estado de ánimo concreto, un suceso, un recuerdo, un anhelo. Esta vez la melancolía se apoderó de mí y el otoño anímico llegó antes de lo esperado. Llevo semanas atrapado en cuatro clásicos imperecederos. He vuelto al «Blue» de Joni, al «After the gold rush» de Tito Neil, al «Pink Moon» de Drake y al «Astral Weeks» de Van. Discos eternos y necesarios.
Y ahí, en esas canciones celestiales, uno puede vivir eternamente y ser feliz, o al menos intentarlo pues son de un belleza y calidez tan abrumadora que provocan que el oyente difícilmente puede salir de ellos. Pocos discos, y muy pocos artistas pueden ayudarnos a escapar de ese circulo vicioso y virtuoso repleto de magia pero la pareja formada por Gilliam Welch y David Rawlings son algunos de ellos.
No vamos a descubrir el talento de ambos que por separado brilla pero cuando se unen se produce ese mojo inexplicable y difícil de encontrar. Acuérdense de aquella Obra Maestra que responde por «Nashville Obsolete» del 2015 y de sus migajas dos años después empaquetadas en «Poor David’s Almanack«. En ese nivel, en esa inspiración absoluta se encuentra su nuevo disco, «Woodland Studios». Ya uno de mis discos otoñales predilectos.
La historia de la grabación es bien curiosa. «Woodland» son los estudios de grabación de la pareja que en época pandémica fue casi destruido por un huracán que junto a la tormenta se llevó consigo el tejado y casi todo el material grabado en casi una década. Muchas canciones fueron recuperadas, casi unas 100, y de esas una decena han conformado este maravilloso artefacto que lleva el nombre de los estudios. Gillian y Dave vuelven con material nuevo, sin versiones ni remiendos, y agradecidos estamos.
La inicial «Empty trainload os sky» es una marca de la casa de la pareja. Tradición y belleza van de la mano, y nosotros gozosos lloramos de placer y nos preparamos para una sesión de cura espiritual. Luego ya, esa «What we had» con regusto al gran tito Neil es para aplaudir con las orejas, qué maravilla sonora!! Y en «Lawman» las guitarras nos erizan la piel y la voz de Gillian nos traslada a otra lugar y a otra época. Boniquismo al cubo. Melodías celestiales rematadas con la sobresaliente «The Bells and the birds». Tremenda.
«North Country» es obra maestra. Sencilla y pura. No hay palabras. Llegados al ecuador del disco sabemos que tenemos entre manos un disco de esos de largo recorrido. Todo sucede más o menos con las misma premisas y el mismo altísimo nivel. Destaco por encima del resto «The day the Mississippi died» donde aparece el violín de Keth Secor (Old Crow Medicine Show), el dylanismo de «Turf the gambler» y el banjo juguetón de «Howdy Howdy» que nos deja sin respiración.
Hay momentos que necesitamos una caricia, un beso, un abrazo. Hay momentos donde todo eso no es posible, es entonces cuando uno debe refugiarse en discos como «Woodland» que puede llegar a ser esa caricia, ese beso, ese abrazo, ese hombro donde reposar la cabeza, ese lugar donde refugiarnos y sentirnos seguros.
Gillian Welch & David Rawlings – Woodland Studios (2024)
01.- Empty Trainload Of Sky/ 02.- What We Had/ 03.- Lawman/ 04.- The Bells And The Birds/ 05.- North Country/ 06.- Hashtag/ 07.- The Day The Mississippi Died/ 08.- Turf The Gambler/ 09.- Here Stands A Woman/ 10.- Howdy Howdy
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