
Crónica de la edición 23 del Azkena Rock Festival en opinión de los redactores de Exile SH Magazine.
La última jornada del festival vino marcada por la climatología. La mañana nos atizó con un sofocante calor pegajoso, con un sol que dejaba cicatrices y que hacía de la crema solar una necesidad vital. Según avanzaba la tarde, la lluvia hizo acto de presencia y seguidamente llegaron los elementos sonoros y eléctricos propios de una tormenta que en ciertos intervalos de tiempo soltó agua a mansalva, dejando empapado al personal.
Sería conveniente que la organización, habida cuenta de que todos los años termina lloviendo en uno u otro momento, habilitase una zona mayor de carpas para que nos podamos guarecer de la lluvia (o del sol), pues éstas son, simple y llanamente, inexistentes y muchos tuvieron que abandonar el recinto y otros pillarnos un catarro.

El Sábado comenzó con Kitty, Daisy & Lewis bajo un tórrido sol en la plaza de la Virgen Blanca. Con tanto calor y con algunos cambios de instrumentos que se alargaron en exceso, como hacen siempre, la verdad es que el concierto no llegó a coger ritmo. Otra vez será.

Tenía muchas ganas de ver a Richard Hawley. Algunos de sus discos me parecen muy buenos, especialmente Coles Corner, y además venía arropado por una banda a su altura. Qué clase y buen gusto para atacar tanto temas más de crooner como temas de influencias del Rock de los cincuenta. Sonó muy bien y nos mostró la colección de guitarras más bonitas del festival. Tocó canciones como She brings the sunlight, Prism in jeans, Open up your door, Tonight the streets are ours, Coles corner, o Heart of Oak. Para muchos fue todo un descubrimiento, para todos, un gran concierto.

No tenía claro si ir a ver a estos Chesterfield Kings, las palabras de Greg Prevost donde hacía hincapié en que esta banda no es la que porta el título en su cabecera y que él no tiene absolutamente nada que ver con este proyecto me hacían dudar. Finalmente estuvimos y los actualmente llamados Chesterfield Kings dieron un bolo correcto, lejos de las grandes ocasiones pretéritas, donde hicieron sonar algunos temas de su último disco «We’re still all the same» como la homónima, «Meet you after midnight», «Electried» o «Fly your astral plane» que compaginaron con clásicos como «Up and down», «She told me lies», «Bad woman» o «Baby Doll» junto a unas versiones que no aportaron gran cosa.

Después del tremendo bolazo de Hawley, supo a poco, por lo menos para mí, el concierto de The Lemon Twigs. Y eso que es una banda que me gusta. El contraste entre su insolente juventud y la reivindicación del sonido Byrds o Beach Boys me gusta, pero, creo que se hicieron un poco reiterativos. Sonaron muy bien y los hermanos D’Addario no dejaron de sonreir empalagosamente. Creo que se disfrutan más en una sala.
Bastaron un par de temas para constatar que lo de unos Dead Kennedys sin Jello Biafra no tiene ningún sentido. Bromas sin gracia en manos de unos solventes mercenarios.
La lonja del Trashville estaba abarrotada, debido en parte al diluvio que arreciaba sobre la ciudad en el exterior, en el momento en que salían al escenario The Neanderthals, banda con miembros de The Straitjackets, quienes ataviados con atrezzo y vestimentas trogloditas encendieron a los presentes con un vigoroso garage-rock que ellos califican de primitivo. El bolo resultó divertido y bailongo. Además las asfixiantes temperaturas que se sufren en el local ayudaron a secarnos.

El concierto de The Flaming Lips era el más controvertido del festival. A priori no tienen nada que ver con ninguna otra banda del universo azkenero, y estarían más cerca de festivales tipo Primavera Sound. Pero la verdad es que venían a interpretar su disco Yoshimi Battles the Pink Robots, y creo que es el disco que más me gusta de ellos. Son una banda inclasificable y pueden sonar de maneras muy diversas si se lo proponen. Para los que no los conocían mucho, fue un concierto entretenido y divertido entre los muñecos gigantes inflables, el confeti y la espectacular pantalla. Y para los que los conocían, pues una manera de celebrar un disco muy personal en un escenario grande y con un gran sonido. Durante el concierto de los norteamericanos se puso a llover, y desgraciadamente la lluvia fue a más.

Uno de los mayores alicientes del cartel del festival era la inclusión de uno de los mejores talentos de la escena del Country Rock americano. Margo Price nos visitaba por primera vez, y no pudo tener un concierto más accidentado. Diluvió durante todo su concierto, con lo que todo el público se caló hasta los huesos, pero es que, además, el agua entraba al escenario de
tal manera que me extrañó que no suspendieran el show. El técnico entraba continuamente para secar las guitarras y las pedaleras.
Menos mal que no llevaban monitores. Después de un par de temas con un sonido deficiente, la cosa mejoró notablemente, y así pudimos disfrutar de temazos como Don’t leave me up o Loner y grandes versiones de Waylon Jennings, Kissing you goodbye, Kris Kristofferson con la gran Don’t let the bastards get you down, que dedicó irónicamente al presidente Trump. Cuando la situación con la lluvia ya era insostenible mandó a la banda a los camerinos y cantó a Capella el Mercedes Benz de Kristofferson a la manera de Janis Joplin. Hizo lo que pudo y se ganó todo nuestro respeto. Espero que vuelva pronto.
La lluvia cesó para que bastantes de los supervivientes de las tormentas pasasen a hacer saber a la fascista Cherie Currie que hay cosas que en pleno siglo XXI solo se pueden defender desde el odio y la miseria moral, apoyar o justificar un genocidio es algo propio únicamente de indeseables, como también lo es la homofobia o la transfobia; así se lo dejamos claro a Currie y también a los y las mercenarias que la acompañaron para la ocasión, quienes no eran otros que parte de la banda que suele acompañar a Nat Simons, una pena. El ARF debería reflexionar sobre las consecuencias de normalizar – con subvenciones públicas – actitudes y soflamas fascistas o discursos de odio en un festival donde el rock y la amistad deben triunfar; aspectos éstos que deberían ser incompatibles con el fascismo.

El fin de fiesta lo pusieron unos impresionantes The Hellacopters que venían con nuevo disco debajo del brazo, el magnífico «Overdriver» (reseña). El concierto fue un explosivo y energético cóctel de decibelios, ritmo, melodías adictivas y estribillos pletóricos, aliñados con virutosismo y actitud, en mi opinión uno de los conciertos del festival oficiado por una de las bandas más categóricas del rock en las últimas tres décadas.
Además de canciones de su útlimo álbum como «Token apologies» con la que empezó el pase; escuchamos «Wrong face on» o «Leave a mark».
Por supuesto no escatimaron temas clásicos como «Sometimes I don’t know», «Toys and flavors» o «Baby Borderline» del mítico «High visibility» (2000); «Carry me home» y «By the grace of God» de mi siempre favorito «By the grace of God» (2002); «The debil stole the beat from the lord» de «Grande Rock» (1999); «Everything’s on TV» y «I’m in the band» de «Rock & Roll is dead» (2005); «Eyes of oblivion» y «So sorry I could die» del disco de retorno de 2022 «Eyes of oblivion»; «Soulseller» del mítico «Payin’ the dudes» (1997) para terminar con la explosiva «(Gotta get dome action) Now!» de «Supershity to the max!» (1996).
A todos nos llamó la atención – para bien – la acción y actitud del guitarrista español que acompaña a The Hellacopters, el barcelonés LG Valeta miembro de la banda 77 y que causó auténtico furor.
No podía terminar mejor esta edición del Azkena Rock Festival que aunque con sombras y algunos planteamientos demasiado manidos que deberían hacer pensar a los organizadores, no ha bajado el nivel con respecto a otros años. Volveremos sin duda y desde Exile SH Magazine lo contaremos.
Fotografías de Kitty, Daisy and Lewis, Richard Hawley, The Lemon Twighs y Margo Price por cortesía de Alex Roger Reig.
Textos por Antonio Sánchez y Jorge García.
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Siguen las buenas reseñas, gracias EM.
Gracias en lo que me toca.
Saludos.
No soy muy partidario de los conciertos-festivales-al-uso, prefiero de largo los bolos celebrados en pequeñas-medianas-incluso algo grandes- salas, hay mucho mejor comunicación entre el artista y el asistente. No creo descubrir la pólvora con este comentario. Eso de correr de un escenario a otro, hacer colas para pedir una birra o para ir a los lavabos, el hecho de que te impidan llevar tu propia merienda o que, en muchas ocasiones, el merchandising deje mucho que desear, no va conmigo. Me imagino estar en el mejor meollo melódico del «In-A-Gadda-Da-Vida» y tener que salir escopetado porque empieza el pase de Jack White a docientos cincuenta metros al noroeste… Lo único que salva el asunto es verte con los colegas, tomarte unas birras juntos, una buena comida y charlar sobre lo divino y humano (musicalmente, se entiende)
Enhorabuena a los cronistas reporteros del Festival.
Saludos,
Yo también prefiero los conciertos en sala, digamos que el ARF es mucho más pequeño que otros festivales y en realidad es al único de este formato al que voy. De todas maneras el elemanto de encontrarse con gente y charlar tiene su papel en estos eventos. Gracias por el comentario.
Saludos.